viernes, 4 de diciembre de 2009

7 de noviembre de 2009. 11:12 horas

He tenido que dejarlo ayer porque me empezaban a temblar las manos y no podía seguir. Además, no he contado cómo hemos llegado hasta aquí.

Sobre las nueve o así dejamos la casa de los padres de Pachuco. Cada uno cargado con una mochila. Yo, con la katana pequeña y el palo de la escoba, y Pach con la grande y la barra de acero. Antes de salir, nos acercamos por la ventana a ver si veíamos al vecino de al lado, pero no lo vimos. Tampoco se movían los matorrales donde creíamos que estaba la que se lanzó por la ventana. Entonces aproveché para abrir el coche. Fue cuando nos dimos cuenta de que la que estaba detrás de los arbustos, no solo seguía ahí, si no que ahora, se arrastraba acercándose a mi coche. Nos quedamos embobados viendo cómo llegaba a la parte delantera del coche y empezaba a arañarlo.

Al minuto de estar allí, viendo cómo me rallaba el coche, nos dimos la vuelta y salimos. Aún se oía el ruido de la niña golpeando la puerta. Estos nuevos humanos son incansables. Bajamos el primer tramo de escaleras con sigilo y nos asomamos, ya que, desde el descansillo de las primeras ocho escaleras se puede ver la puerta del portal. Nada. No se veía a nadie. Bajamos lo sigilosos que pudimos. Nos acercamos al cristal, miramos a la derecha y a la izquierda, y no vimos nada. Entonces, abrimos la puerta y salimos fuera. Desde el portal, hasta el coche, hay unos quince metros mas o menos. Avanzamos poco a poco. Sin quitarle ojo al que estaba con el coche. Entonces fue cuando noté que algo me agarró desde atrás. Del susto casi me caigo al suelo. Por instinto me agaché. Lo siguiente que recuerdo es un ruido como cuando abres un coco con un martillo.

Será el puro instinto o no se el qué. Pero a mi me dio por agacharme, a Pachuco por girarse y golpear a lo que estuviera allí. Con lo tranquilo que es. Un solo golpe sirvió para destrozar el cráneo de su vecino. Calló al suelo como un saco de patatas justo detrás de mí. Toda la mochila y parte de mi pelo quedó manchado de restos de sangre y cerebro. Tardé un momento en volverme a levantar. Cuando lo hice, aún estaba Pachuco con los brazos en alto como dispuesto a golpear de nuevo. Lo que debieron ser segundos, me pareció una eternidad.

El nuevo ruido alertó al que estaba en el coche y empezó a arrastrarse hacia nosotros. No podía moverse muy deprisa, pero no paraba de avanzar mientras lo mirábamos con cara de tontos. Como quien ve algo que no acaba de creer que existe. Gracias al gruñido que soltó salimos de nuestro trance. Le dije a Pachuco que nos echásemos un par de metros atrás, y cuando le hiciese una señal, él fuese por su derecha y yo por su izquierda. A la velocidad que se movía no tenía ninguna oportunidad de cogernos. Así lo hicimos. Cuando di la señal, salimos corriendo. No me quedé a ver la cara del zombie. Lo esquivé por su izquierda a unos dos metros de distancia. Nos dio tiempo a abrir el maletero y meter las mochilas antes de entrar en el coche y salir de allí.

Esa zona es tranquila y apenas se ve gente un día de diario, y hoy, no iba a ser una excepción. No había ni un alma. Salimos de la urbanización, bajamos hacia el Zoco, cogimos la rotonda y nos incorporamos a la autopista sin ningún problema. Ya estábamos en la A67 camino de nuestro destino. No había coches en la carretera. Eso era bueno. Pasamos a unos 130 km/h por donde están construyendo la nueva carretera que unirá esta autopista con al S20 a la altura del parque tecnológico que están terminando. Ya estábamos cerca de Bezana. Ésta parte de la autopista, la que queda a la altura de esta nueva carretera, está cuesta arriba en el sentido al que nosotros íbamos, y llega a un punto, donde se convierte en bajada. Desde éste se puede ver ya el pueblo de Bezana y la incorporación de la S20 con la A67. Pasando Bezana está Mompía y su hospital. No caí en que lo mismo que había pasado en Valdecilla, podía haber pasado también en otros hospitales. Ya desde nuestra posición se veía una caravana de coches. Frené. No se podía pasar. Imposible. Además, mirando detenidamente, se podían distinguir figuras moviéndose entre los coches. Y no eran pocas. A medida que más te fijabas, más veías. Teníamos un problema.

Las autopistas tienen dos sentidos de circulación claramente diferenciados. De hecho, no tienen ni porqué estar en la misma calzada. Con lo cual, no puedo coger el coche y salirme por el carril del sentido contrario. Desde donde estábamos solo podíamos seguir de frente, o volver atrás. Seguir era un suicidio. Y retroceder no podíamos. Después de discutir qué hacer, optamos por coger la carretera que pasa a la izquierda de la autopista, la que hay que coger para entrar a Bezana. Pero tampoco podíamos coger la salida natural de la autopista y seguir el camino alternativo que nos proponíamos coger. Un camión que transportaba coches al concesionario de BMW que se encuentra al final de esta salida, había volcado con toda su carga y la carretera estaba bloqueada. Necesitábamos un coche de los que había en el carril contrario, para volver atrás, y meternos por donde habitualmente se incorporaban los coches a la autopista. Ya, desde allí, podríamos continuar nuestro camino de nuevo por la autopista una vez pasado el hospital.

La cosa era bajar hasta donde se encontrase el primer coche que estuviese en el otro sentido, bajarnos de mi coche, coger las cosas, montarnos en el otro, y marchar de allí. Fácil.

Que felices somos, no se cómo seguimos aún con vida. Para hacer el menor ruido posible. Apagué el motor y dejé que bajase en punto muerto, frenando con el freno de mano para que no bajar demasiado rápido; y en caso de extrema necesidad, tendría que pisar el freno. Pero eso solo podía hacerlo una vez, ya que si el motor no está en marcha, el freno se pone muy duro y deja de funcionar. Dicho y hecho, esa fue la parte sencilla. A medida que nos acercábamos veíamos con más claridad la gente que se movía entre los coches. Algunos caminaban erráticos, otros de ellos estaban quietos mirando a la nada.

Según lo que vimos cuando nos bajamos debió de ser una autentica matanza. Había sangre por todas partes. Creo que no quedaba ni un solo cristal de coche limpio. Vimos zombis encerrados en los coches. Trozos de personas por el suelo. Los había sin piernas, o les faltaba parte de un brazo. Alguno tenía la cara totalmente desfigurada. Vimos a uno comiendo a un pobre infeliz en mitad de la carretera. Y todo eso mientras bajábamos. No articulábamos palabra. Bajamos todo lo despacio que pudimos, así que tuvimos tiempo de ver todo eso y más, pero no me apetece recordar aquellos momentos. Paré el coche a unos cincuenta metros del primer coche que vimos. Desde nuestra posición no se veían los coches que nos interesaban. Hay unos arbustos y unos bloques de hormigón que dividen los sentidos de la circulación. Teníamos que saltarlos, y una vez allí, buscar un coche con las llaves puestas.

Sin salir del coche y como pudimos, accedimos al maletero desde dentro, echando hacia adelante los asientos traseros. Cogimos las dos mochilas y nos las pusimos. Abrimos las puertas despacio, sin hacer ruido. Hasta donde sabemos, los zombis oyen bastante bien. Lo que no sabemos nada, es de su sentido de la vista. Según el libro pueden distinguir un humano de un zombi por su forma de andar. Con lo cual, como dos gilipollas, íbamos a salir y andar lo más despacio que podíamos hasta salir de su ángulo visual. En caso de no funcionar, siempre podríamos volver a meternos en el coche y dar marcha atrás.

Así lo hicimos, llegamos a la mediana sin problemas. Yo, medio metro de distancia, y Pachuco un poco mas porque tenía que salir por la puerta del copiloto. Pasamos al carril del sentido contrario. En ese momento, no creímos que ningunos de esos seres nos hubiera visto. El coche más cercano quedaba a unos doscientos metros. Era verde y estaba parado como si se hubiese detenido a ayudar a alguien. Estaba en el arcén. Detrás se veía alguno más aparcado de forma similar. Con sigilo, y agachados como si fuésemos militares en una incursión, nos acercamos al primer coche. Era un Ford de color gris. Miramos a ver si había alguien dentro, y fue cuando casi se nos sale el corazón del pecho. Un perro asomó de la parte de atrás y empezó a ladrarnos. Del susto reculamos unos metros atrás. Gracias al maldito chucho, empezamos a notar moverse las ramas que estaban detrás de nosotros. Nos habían detectado. Ya no tenía sentido moverse despacio. Corrí al siguiente coche. Miré dentro. No había nadie, me subí e intenté arrancarlo. Pero no tenía la llave puesta. Miré a mi derecha, pero estaba solo en el coche. Vi a Pachuco por el espejo retrovisor avisarme de que el coche de atrás tenía las llaves puestas. Al llegar, ya estaba Pach sentado en su sitio. Me quité la mochila, se la di, y arranqué. El coche se me caló dos veces antes de poder salir de allí justo en el momento en que golpearon la ventanilla del copiloto. Había más zombis en ese lado y no los habíamos visto. Aceleré todo lo que pude, y una vez que comprobamos que estábamos alejados de ellos paré y regulé el asiento. Lo que hizo que Pachuco me llamase maniático. Bueno, puede que lo sea un poco, pero no iba a conducir a disgusto pudiendo hacerlo bien.

Cogimos la “salida” y dejamos a la derecha las naves de no se qué empresa. Justo antes de la rotonda que hay para entrar a Bezana saltó la lucecita de la gasolina. El coche acababa de entrar en reserva. No podríamos llegar con él. Menos mal que pasando la rotonda, frente a mi anteúltimo trabajo, hay una gasolinera. Entramos como pudimos y empecé a llenar el depósito mientras Pachuco vigilaba que no se acercara nadie. Por un momento estuve tentado de entrar y coger algo de comer. Pero preferí no hacerlo. Demasiados sobresaltos. (Una vez eché gasoil a mi coche gasolina, no al Note, si no a un Clío que tenía antes. Menos mal que el coche que cogimos era diesel, porque intenté echarle gasolina. La costumbre ya sabéis. Menos mal que el agujero de los diesel es más pequeño para evitar estos problemas).

Cuando estaba a punto de terminar, vimos salir a tres personas del bar que hace esquina, justo en la rotonda. Venían directos hacia nosotros. Dejé la manguera en el suelo, cerré el depósito y nos volvimos a meter en el coche. Salimos disparados, y al incorporarnos a la carretera, uno de ellos, que salió de no se dónde se puso delante de nosotros. No pude frenar y lo atropellé. Casi chocamos contra la pared de la izquierda. La dirección del coche debió quedar tocada, porque a raíz de ese golpe el coche se va a la izquierda. Todo un peligro.

En ese momento no me importó. Se lo dije a Pach y me dijo que si se podía conducir que siguiéramos hasta donde se pudiese. Así lo hice. Seguimos avanzando y llegamos a la altura de Mercamueble. Pasando la tienda esta estaba la rotonda desde donde podíamos volver a incorporarnos a la autopista. La suerte no está de nuestra parte. Antes de llegar, vimos que esa zona estaba infestada de zombis, y llena de coches que bloqueaban el acceso a la autopista, tanto en un sentido como en el otro. Solo pudimos girar a la izquierda, eso si, volvimos a golpear a otro, esta vez con la parte derecha. Nos habíamos quedado sin focos. Seguimos hacia delante, esta vez sin saber dónde ir. Para mi todo lo que veía era nuevo. Soy un tío de ciudad, y meterme por los pueblos no es algo que me haga muy felíz.

Según me contó Pachuco estaba todo lleno de coches y zombis. Al parecer, algo similar a lo que pasó en Valdecilla debió de pasar también en el hospital de Mompía. No pudimos coger la autopista desde ahí. No podía seguir conduciendo. Necesitábamos pensar qué hacer. Así que seguimos avanzando. Había; hay, casas a ambos lados de la carretera. Hemos pasado un pequeño núcleo urbano. Y al ver esta casa, y verla con muralla me paré en seco frente a su puerta. Le dije a Pachuco que no podía conducir más. Necesitaba descansar y que este me pareció un buen lugar.

Salimos del coche y entramos en la finca. Cerramos la puerta con el pestillo metálico que tenía. A unos quince metros estaba la casa. Avanzamos un par de metro y fue cuando vimos a mama que se acercaba con paso lento pero incansable hacia nosotros. Nos quitamos la mochila mientras ella levantaba los brazos. Un reguero de sangre la había estado saliendo de su boca, porque estaba toda manchada de algo negruzco desde la barbilla hasta casi el ombligo.

Desenvainé la katana. Pachuco cogió con fuerza su barra de acero. Se movía con torpeza y tropezó con un trozo de madera que debían poner para mantener la puerta abierta mientras entraban con el coche. Aprovechamos el momento, uno por un lado y otro por el otro empezamos a golpearla en al cabeza. Creo que la seguimos golpeando una vez que dejó de moverse.

Cuando estuvimos seguros que estaba muerta. Nos acercamos a la entrada de la casa. La puerta estaba cerrada. Desde allí no se podía entrar. Fue entonces cuando dimos la vuelta a la casa y vimos la puerta del jardín abierta. Fuimos comprobando habitación por habitación que no hubiera nadie mas en la casa. Estábamos solos.

Esta mañana hemos enterrado a mama. Para ser exactos, más que enterrarla, lo que hemos hecho ha sido echarla tierra encima. Empezaba a oler mal y no teníamos ganas de tocar esa cosa. Nos ha costado, pero con cuatro carretillas llenas de tierra de una parte de su jardín, la hemos enterrado. Sigo sin saber cómo se llamaba.

jueves, 3 de diciembre de 2009

6 de noviembre de 2009. 17:42 horas

No se dónde estamos exactamente. En algún pueblo pasando Bezana. No hemos podido seguir por la autopista. Nos hemos tenido que desviar y coger la carretera nacional, la 611 creo recordar. Lo que se suponía un viaje rápido, ya no lo va a ser. Al menos, de momento, las cosas no salen como lo habíamos planeado.

No he estrenado el cuaderno. En la casa en la que estamos hay internet y estoy utilizando el ordenador del hijo de quienes vivían aquí. Son, bueno, eran tres; papa, mama e hijo de unos diez años. No se cómo se llaman. Total, da igual. Lo único que sabemos de ellos es que mama debió de vacunarse. Ahora yace en el jardín con la cabeza destrozada.

Llevamos aquí dos días. La verdad que estamos muy asustados. Demasiado. Como ya dije antes, todo en el papel es más fácil y bonito. Hay que tener estómago y la cabeza muy fría para que esto no te afecte.  He conseguido entrar en este ordenador después de intentarlo mil vedes desde nuestra llegada. He debido de probar mil claves para entrar. La verdad, que de los nervios ni he mirado a ver si tenían una copia del sistema operativo para reinstalarlo de nuevo. No hay como pensar en otra cosa para que te vengan a la mente la solución de un problema, jajaja. El niño es un friki del fútbol. Un amante de un único jugador. Solo tenía que haber puesto el nombre del tipo ese, del cual está la pared empapelada, y podría haber escrito esto antes para sacármelo de la cabeza. Pachuco está abajo jugando a la play del chaval. También necesita desconectar tanto como yo. Apenas hemos hablado desde que cerramos la puerta de la verja y la puerta de la casa. Por suerte, esta casa está amurallada. Es lo que tienen los chaletes estos en mitad de la nada. Que te pueden venir a comer los lobos y tienes que cuidarte de que no te vean los vecinos. En fin. Peor para ellos, y suerte para nosotros en este momento. Aquí estamos en esta especie de castillo medieval del siglo XXI.

Tenemos comida y bebida de sobra. Tenían la despensa llena. No pensamos movernos de aquí hasta que no la terminemos. Después, ya veremos a ver qué hacemos. No tenemos prisa en volvernos a jugar la vida de nuevo.

La casa tienes dos plantas. Hay un garaje a la derecha, desde el que se puede acceder a través de una puerta del pasillo de la planta inferior. En la planta baja está el salón, cocina, despensa y un baño. Arriba hay tres habitaciones, una de ellas con baño, y otro baño común. En el garaje hay un Nissan Murano de color azul oscuro, es como el hermano mayor de mi coche. La casa está rodeada de un jardín en el que hay unos cuantos árboles. Me imagino que den fruta, pero no tengo ni idea de qué tipo de árboles son. Hay también una caseta de un perro, pero no hemos visto ningún perro por aquí. Debió de salir corriendo cuando mama quiso comérselo.

Al parecer, y según esta la casa, la madre no debía encontrarse muy bien, porque la cama de matrimonio no estaba hecha y hay pastillas junto a un vaso de agua en una de las mesitas. La pobre infeliz debió morir y revivir sola en esa cama. A saber la de vueltas que ha debido de dar por la casa, hasta descubrir que la puerta del salón que da al jardín de atrás estaba abierta. Creo que debió de oír al perro ,y éste, al verla ,salió corriendo a saber dónde.

No puedo seguir.