Como pudimos nos metimos en la casa, con cuidado de no cortarnos. Un corte en contacto de un zombi es mortal de necesitad para el humano. Eso dice el manual de supervivencia zombi. Si un zombi te escupe y te lo tragas, te mueres. Si un zombi te muerde y atraviesa tu piel, muerto. Si te tose en un ojo, muerto. Si intercambias fluidos con un zombi, muerto. Si te cepillas los dientes con el cepillo de un zombi, muerto. Besar a un zombi te mata. Esto no es como el sida. La relación entre tú, y un zombi, debe ser siempre a través de una bala directa a su cerebro.
Estábamos en la cocina. La puerta estaba cerrada. Apenas nos movimos ni dijimos nada. Nos quedamos callados durante un momento intentando escuchar si había alguien más por allí. Al rato, y al ver que no se oía nada, empezamos a buscar algo para comer.
No había agua corriente. Tampoco hay electricidad. Definitivamente, el mundo, en esta parte, se ha ido a la mierda.
Lo primero que hicimos fue abrir la nevera. Un olor horrible salió de ella. El olor a carne podrida y alimentos caducados, provocaron un portazo y múltiples arcadas. De haber tenido algo en el estómago lo hubiera vomitado. Un dolor abdominal me acompañó durante unos minutos hasta que me repuse. Pachuco estuvo parecido a mi.
Miramos en los cajones y encontramos latas en conserva. Había atún, aceitunas, café, pasta, legumbres. Encima de la mesa había un pan duro como una piedra; y a su lado, una cesta con fruta podrida y una botella de agua de Solares medio vacía. Encontramos también patatas, algo arrugadas, pero aparentemente comestibles. Después de investigar por la casa, descubrimos la despensa. Una pequeña habitación a la derecha de la cocina llena de comida no perecedera y botellas de agua. Contemplamos con una enorme sonrisa los tres jamones y las ristras de chorizo que había colgadas del techo. Menudo botín.
Nos servimos el agua en dos vasos y nos lo bebimos. Dimos buena cuenta de cuatro latas de atún y dos de aceitunas con anchoas. Entonces, escuchamos un ruido proveniente del piso de arriba, justo en la habitación que queda encima de la cocina. Algo se movía, como si arrastraran una silla.
Alguien más quedaba en la casa. Cogimos nuestras armas, Pachuco se puso frente a la puerta apuntándola, yo me acerqué a ella y la abrí de golpe, para que en caso de haber algún zombi al otro lado lo disparase. Abrí la puerta, pero no había nadie. Salimos a un pequeño pasillo, a la izquierda quedaba la habitación en la que ahora yacen la niña de antes y su supuesto padre. A la derecha, la despensa, con su enorme botín. Seguido de la despensa hay un pequeño cuarto de baño. Frente a la puerta de la habitación que queda a la izquierda de la cocina está la entrada, con un pequeño recibidor. Según se entra a la casa, a su izquierda, está el enorme salón y las escaleras que llevan al piso de arriba.
Salimos de la cocina con cautela, y nos dirigimos hacia el salón. Poco a poco subimos las escaleras. Un pasillo en forma de C recorría la planta superior por el interior, dejando las habitaciones a su derecha a medida que avanza. Cuatro habitaciones y un baño en la zona centrar hay en esa planta. Dos mirando al frente, una más grande a la izquierda y otra a la parte trasera de la casa.
Estábamos en la cocina. La puerta estaba cerrada. Apenas nos movimos ni dijimos nada. Nos quedamos callados durante un momento intentando escuchar si había alguien más por allí. Al rato, y al ver que no se oía nada, empezamos a buscar algo para comer.
No había agua corriente. Tampoco hay electricidad. Definitivamente, el mundo, en esta parte, se ha ido a la mierda.
Lo primero que hicimos fue abrir la nevera. Un olor horrible salió de ella. El olor a carne podrida y alimentos caducados, provocaron un portazo y múltiples arcadas. De haber tenido algo en el estómago lo hubiera vomitado. Un dolor abdominal me acompañó durante unos minutos hasta que me repuse. Pachuco estuvo parecido a mi.
Miramos en los cajones y encontramos latas en conserva. Había atún, aceitunas, café, pasta, legumbres. Encima de la mesa había un pan duro como una piedra; y a su lado, una cesta con fruta podrida y una botella de agua de Solares medio vacía. Encontramos también patatas, algo arrugadas, pero aparentemente comestibles. Después de investigar por la casa, descubrimos la despensa. Una pequeña habitación a la derecha de la cocina llena de comida no perecedera y botellas de agua. Contemplamos con una enorme sonrisa los tres jamones y las ristras de chorizo que había colgadas del techo. Menudo botín.
Nos servimos el agua en dos vasos y nos lo bebimos. Dimos buena cuenta de cuatro latas de atún y dos de aceitunas con anchoas. Entonces, escuchamos un ruido proveniente del piso de arriba, justo en la habitación que queda encima de la cocina. Algo se movía, como si arrastraran una silla.
Alguien más quedaba en la casa. Cogimos nuestras armas, Pachuco se puso frente a la puerta apuntándola, yo me acerqué a ella y la abrí de golpe, para que en caso de haber algún zombi al otro lado lo disparase. Abrí la puerta, pero no había nadie. Salimos a un pequeño pasillo, a la izquierda quedaba la habitación en la que ahora yacen la niña de antes y su supuesto padre. A la derecha, la despensa, con su enorme botín. Seguido de la despensa hay un pequeño cuarto de baño. Frente a la puerta de la habitación que queda a la izquierda de la cocina está la entrada, con un pequeño recibidor. Según se entra a la casa, a su izquierda, está el enorme salón y las escaleras que llevan al piso de arriba.
Salimos de la cocina con cautela, y nos dirigimos hacia el salón. Poco a poco subimos las escaleras. Un pasillo en forma de C recorría la planta superior por el interior, dejando las habitaciones a su derecha a medida que avanza. Cuatro habitaciones y un baño en la zona centrar hay en esa planta. Dos mirando al frente, una más grande a la izquierda y otra a la parte trasera de la casa.