miércoles, 15 de diciembre de 2010

Diario de campaña del capitán Juan Molledo, 12 de noviembre de 2009. 22:30 horas

Hoy ha sido un día de locos. La situación se me ha ido de las manos, espero que pueda reconducir lo ocurrido hoy. Tanto el sargento Cabanillas como los soldados García y Gómez se han pasado el día bebiendo. Según me ha contado el embajador, llevaban desde ayer. A la orden de salir de la cantina y salir a hacer guardia me han respondido con que me sentase con ellos a beber y a “ver pasar a las chavalas”.

He de buscar algo con lo que mantener a la gente entretenida, si no, no se dónde llegará esto.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Diario de Amira, 12 de noviembre de 2009. 17:05 horas

Llevo sin salir de la habitación desde el desayuno. He cogido comida y me la he traído para no tener que salir. Los militares deben llevar en la cantina desde anoche sin parar de beber cerveza. Están realmente borrachos; y lo peor de todo, no hacen caso a las órdenes del capitán, que se desespera cada vez que pasa por allí. Están los tres totalmente descontrolados. Hace días que no veo a Abulhakim. Y las palabras del embajador pidiendo que dejen ya el alcohol son respondidas con abucheos y malas palabras. Uno de ellos, uno de los jóvenes se ha puesto bastante agresivo al oír que eran unos niños malcriados y que no merecían el ser llamados soldados del ejército español.

Silvia hace días que no llora por las noches, pero sigue sin hablar. Se aferra a su rosario y se pasa horas rezando, Eso la tranquiliza; y a mi me pone de los nervios.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Diario de campaña del capitán Juan Molledo, 7 de noviembre de 2009. 22:30 horas

La tropa anda desmoralizada. Hoy nos despertamos con los disparos del soldado José. Disparaba a los engendros que se agolpan en el muro exterior de la base. Al parecer, no ha soportado más tiempo el ruido que hacían. No lo culpo, esta situación nos sobrepasa y él es tan solo un joven. He sido duro con él, demasiado, pero no puedo permitir este tipo de acciones que nos ponen en peligro a todos. Aún así, he notado un aire de rebeldía entre la tropa sobre el que tengo que reflexionar. Si seguimos aquí encerrados puede crearse un clima de crispación que provoque en una situación que no pueda controlar.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Diario de Amira, 7 de noviembre de 2009. 11:35 horas

Nos hemos despertado hoy con el ruido de disparos. Nos hemos alarmado. Hasta Silvia ha salido de la habitación para ver qué pasaba. Nos hemos acercado a las ventanas y hemos visto los destellos del fusil de una persona que estaba subida a una de las torres. Disparaba hacia fuera de base. No se a quién. Lo único que he visto es salir al capitán hacia la torre corriendo, ha subido y se han dejado de oír los disparos. Una vez que los dos bajaron, se les unieron el resto de compañeros. El capitán le ha echado una bronca al soldado increíble. Los gritos llegaban perfectamente a nuestros oídos. Incluso con las ventanas cerradas pudimos distinguir las frases. Le ha dicho que no se puede desperdiciar la munición, que solo tiene que vigilar, no disparar; que nos había puesto en peligro a todos. Al soldado no parece haberle afectado la reprimenda. Incluso he podido notar una leve sonrisa burlona en su cara.

Al terminar, el capitán se ha encerrado en el despacho mientras otro de los militares le daba una palmada en la espalda. Después, se han ido a la cantina. He pasado por allí hace un rato cuando me dirigía hacia mi habitación para escribir lo ocurrido y los he visto bebiendo cerveza. Uno de ellos me ha dicho que bebiera con ellos, pero he hecho como si no los hubiera oído.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Diario de Amira, 2 de noviembre de 2009. 22:10 horas

Han determinado que no salgamos al exterior nada más que lo imprescindible. Me paso las horas sin hacer nada. A las nueve de la noche, nos encierran en las habitaciones. He encontrado velas y un mechero, con lo que puedo escribir por las noches; y aunque nunca me ha interesado la lectura, he cogido un libro de la biblioteca y lo llevo conmigo a todas partes. Se llama la isla del tesoro. Apenas llevo treinta páginas. Leo despacio y me distraigo con cualquier ruido, pero me mantiene entretenida.

Silvia no sale de su habitación. Al principio los militares se turnaban para llevarla comida, pero desde ayer nadie lo hace. Así que me he asignado la tarea. Llevamos días comiendo comida enlatada. Es lo único que hay, la comida fresca se ha echado a perder. Comparto mi comida con mi precioso gato, aunque a la hora de darle de comer también compartí un poco la de Silvia. No come mucho y siempre deja algo. Abdulhakim se pasa el día rezando. Ha encontrado una habitación pequeña y allí se pasa las horas. Apenas se relaciona con nadie. Nos saludamos cuando nos vemos en el comedor, pero nada mas. Sobre Luis, el embajador, apenas lo veo tampoco. Se pasa el día en un despacho con el Capitán. No tengo ni idea de lo que harán, pero supongo que intentar comunicarse con alguien de alguna manera. El resto de soldados, bueno, los otros tres que quedan se pasan el día haciendo guardias. Se suben a las torres y otean el horizonte. No cuentan nada de lo que hay al otro lado de los muros. Parece que aquí estamos a salvo. Quizás esperan que seamos rescatados por alguien.

martes, 26 de octubre de 2010

Diario de Amira, 31 de octubre de 2009. 14:50 horas

Estoy en una base del ejército, ya en España. No he asumido aún mi situación actual, aunque por aquí hay gente que parece que sabe lo que hace. El viaje fue rápido, del miedo que tenía no pensé en el miedo que tengo a volar.

Nos hemos acomodado en la base, la verdad es que es un sitio grande y amurallado. Al menos la zona que he podido ver. Ahora mismo solamente estamos los que vinimos de Trípoli. Al llegar nos dijeron que nos quedásemos en el avión, aquí permanecimos casi un día entero mientras los militares exploraban la zona. No encontraron a nadie. Parecía como si, apresuradamente, hubieran salido todos a una acción militar. Las mesas estaban con papeles sin recoger, faltaban multitud de vehículos, armamento y aviones. Por supuesto, las comunicaciones, ni si quiera las militares, funcionaban. No había luz eléctrica. Al parecer, los generadores se agotaron debido a que las dependencias tenían la calefacción puesta. Y en la calle hace mucho frío.

Hay un escudo con un león y unos aviones en el centro de la plaza, cerca de la entrada al edificio principal. El texto “no se rendirme” reza debajo.

Comparto habitación con Silvia, la monja. No habla desde que salimos de Trípoli. Por las noches la oigo llorar. Oírla me hace llorar también.

Tengo a Albaricoque suelto por la habitación, pero cuando salgo fuera, lo ato a una cuerda que he encontrado. No se gusta, pero no quiero que ande por ahí solo.

viernes, 22 de octubre de 2010

28 de noviembre de 2009. 18:50 horas

Hemos decidido quedarnos un par de días. Llueve desde ayer y no nos apetecía mojarnos. No creo que vayamos a llegar tarde a nuestra cita en Hormiguera. Ya da igual, lo mismo no queda nadie con vida.

Anoche dormí por primera vez desde hace dos días. La orgía de destrucción de ayer y la guardia que hicimos ayer durante todo el día por si aparecían más vecinos de pueblo, nos ha dejado exhaustos. Esta noche hemos dormido los dos, estábamos demasiado cansados para hacer guardia. Un descuido, quizás imperdonable, pero no ha ocurrido nada. Hemos pasado el día vagueando por la planta baja de la casa y el exterior cuando escampaba. Realmente, la planta baja de la casa hiede a cadáver y pobredumbre, pero si te pones cerca de una ventana, apenas notas el olor.

Nos hemos subido al muro para ver si veíamos algún vehículo que pudiéramos utilizar. No hemos visto nada. Lo más probable, es que mañana salgamos de nuevo a la aventura. Si seguimos hacia el sur, en algún momento llegaremos a la autopista que lleva a Madrid, siguiendo ese camino llegaremos a nuestro destino.

Me queda poca batería. Parece que el ordenador no calcula todo lo bien que me gustaría la capacidad de la batería. Se acaba de encender la lucecita que indica que está a punto de agotarse.

No hemos visto movimiento alguno en lo que llevamos de día. Me parece que hoy, tampoco haremos ningún tipo de guardia. Ya mañana, si deja de llover, dejaremos este pueblo. Al final no lo hemos visto. No se si es un pueblo bonito o no. Sus gentes arden bastante bien. Es lo único que puedo decir a su favor. Si, ya se, suena irónico y macabro, pero, ¿quién me dice a mi que las normas de protocolo siguen siendo las mismas? ¿Quién me dice que lo que hace un mes se consideraba bueno o malo lo sigue siendo ahora?

Vivo en un mundo extraño, acabo de descubrir una nueva habilidad de mi querido compañero de viaje. Ha estado media hora lanzando un cuchillo que no se de dónde ha sacado contra la puerta de la cocina. Y puedo decir que ha clavado el maldito cuchillo en casi todas las ocasiones. Creo que ahora está haciéndose una especie de vaina para llevarlo. Solo falta que salga con la cara pintada de verde y negro en plan comando.

Cualquier cosa.

martes, 27 de julio de 2010

26 de noviembre de 2009. 14:30 horas (parte 2)

Nosotros somos los que traen el infierno. Aún se me pone esa cara de loco cuando recuerdo lo sucedido hace tan solo un par de horas. Aún están los cadáveres humeando, y aún sonrío por lo sucedido; y no soy el único.

¿Acaso nos hemos convertido en ese tipo de personas que mataran sin contemplaciones a alguien en caso de encontrársela? Ya veremos. Ahora mismo me da igual ocho que ochenta. Acabo de recordar a Pachuco gritándole a una señora casi a la cara antes de acercarla un palo ardiendo. A ella la dio igual, siguió extendiendo los brazos hasta que se quemó completamente. Uno de sus brazos cayó en el jardín, el resto del cuerpo al otro lado; otro zombi ocupó su lugar.

En un ratín creamos una sucursal de infierno en el que nosotros éramos los gerentes. No se a qué hora exactamente, pero ya era de día cuando encendí el primer cóctel molotov. El primero y el último. Recuerdo haber visto algún video de algún tonto que se prendió fuego a sí mismo intentando lanzar uno de estos cócteles. Yo preferí utilizar un recogedor para lanzarlo, evitando el contacto directo entre eso y yo. Hice bien, porque un chorrito de llama quedó esparcido por el suelo del jardín antes de chocar contra la carretera. Seguramente me hubiera quemado de haberlo lanzado.

Nada mas impactar la botella contra el suelo, llamas procedentes del epicentro del impacto se expandieron por toda la superficie impregnada. Los zombis que estaban empapados se convirtieron en segundos en antorchas humanas. Un olor a algo que jamás había “disfrutado” inundó el lugar. Instintivamente entramos en la casa a causa del mal olor, pero pasados unos segundos, tuvimos que volver a salir, hacer de tripas corazón, y asegurarnos del éxito de la misión.

No parecía afectarles, en un primer momento, el que se estuvieran quemando. Vi cómo los ojos se les deshacían, cómo las orejas desaparecían a causa de las llamas. Brazos desprenderse del cuerpo al carbonizarse los tendones que los sujetaban. Cuando caían al suelo, aún insistían en su empeño por alcanzarnos arrastrándose entre sus compañeros y alzando los brazos. Eso es lo que más gracia me hizo mientras chorros de adrenalina recorrían cuerpo y mi corazón bombeaba sangre a una velocidad jamás alcanzada en toda su existencia. Hubo un momento en el que cogí un palo que había tirado en el suelo y pinchando en la cabeza de uno de los zombis la aplasté contra el suelo. Aún seguía con vida cuando al retirar el palo, su cabeza se separó de su cuerpo. Una cabeza sin ojos, ni orejas, con los restos de lo que en su día fue una nariz y un trozo de columna vertebral a modo de corbata, no dejaba de abrir y cerrar una boca. Una boca apenas sin dientes. Pensé en cuánto tiempo podría sobrevivir en ese estado y la posé a un lado del muro. Aún sigue allí. Abriendo y cerrando la boca con un palo de metro y medio atravesando su sien y echando humo. No se si resulta cómico o sádico.

Y aquí estamos. Con nuestra bebida. Disfrutando de un frío día de invierno en las montañas cántabras. Con la carretera llena de seres carbonizados y una extraña capa gelatinosa en el suelo, mezcla del producto químico y restos humanos. Un olor mezcla a fábrica química y podredumbre invade el ambiente. Pero a nosotros nos da igual. Estamos relajados. Nada nos va a fastidiar ya el día de hoy.

Mañana…ya veremos a ver qué pasará mañana.

martes, 13 de julio de 2010

26 de noviembre de 2009. 14:30 horas (parte 1)

En mi vida pensé que fuera a ser capaz de hacer algo semejante a lo que acabamos de hacer. Bueno, ni yo, ni me querido compañero de viaje, claro.

Somos una raza que se adapta a las nuevas situaciones con bastante facilidad. Nadie daría un duro por mi supervivencia, y sin embargo, aquí estoy, sentado en el jardín de una bonita casa tomando un refresco con Pachuco. Mientras, al otro lado de la pequeña muralla que separa la casa de la carretera, hay alrededor de cincuenta cadáveres carbonizados. Hace un mes pensaría que este olor es nauseabundo, pero nos hemos insensibilizado. Además, hace tanto que no nos damos una ducha que podría encontrar a Pachuco guiándome tan solo por mi sentido del olfato.

Hace bastante frío. Se nota la llegada del invierno. Éste va a ser el invierno más duro de toda mi existencia. No hay calefacción. No hay abrigo nuevo. No hay botas de montaña nuevas. No puedes permitirte dos pares de calcetines y tienes puestos los mismos calzoncillos que el mes pasado. Luego, si me acuerdo, debería mirar a ver si hay algunos de mi talla, pero no soy optimista.

Estamos en silencio, solo perturba este silencio la subida y bajada de las teclas de mi ordenador. Me queda la mitad de la batería, así que, calculo que me queden unas tres o cuatro horas; después, tendré que usar papel y bolígrafo. Hace tanto que no utilizo mis manos para escribir una frase, que me va costar. Suena a chiste, pero hace tiempo, en el trabajo, me dio por hacer una división “a mano”, y no la resolví con la rapidez que preveía. No me culpo, es lo que tiene haber estado años utilizando una máquina que hacía ese trabajo por mí.

A decir verdad, me siento relajado, tranquilo. No me había parado, hasta este momento, a contemplar el paisaje que nos rodea. Supongo que los árboles agradecerán nuestra extinción. O mejor dicho, nuestro nuevo estado. Los zombis no tienen capacidad de conducir coches ni de talar árboles. Tampoco se les ve preocupados por la caída del IBEX ni por una nueva reforma laboral. Podría decirse que son felices. Solo su incapacidad de alcanzarnos parece perturbarlos.

Hoy hemos descubierto, y a la vez demostrado, que los zombis no sienten dolor. Es algo que les da igual. Su instinto de alimentarse es más fuerte que su instinto de supervivencia. La verdad, no se por qué comen, si realmente, no lo necesitan. Antes de aplastar la cabeza de uno de ellos contra el suelo, me fijé en otro que tenía la barriga reventada, supongo que de comer. Parecía que un alien hubiera salido de allí. Tenía parte del intestino colgando del agujero que tenía en el abdomen.

Sobre las siete de la mañana decidimos empezar nuestra guerra particular contra esta nueva raza de seres humanos. Podría decirse que estábamos completamente drogados a causa de tanto “revitalizante”. Primero con cuidado, y después con algo más que un poco de osadía, empezaos a extender el dichoso líquido por la carretera. Con ayuda de un vaso y una jarra rociamos a los zombis. Una vez que todos quedaron empapados, el suelo de la carretera cubierto y de asegurarnos de no haber quedado impregnados nosotros de tan interesante fluido, nos acercamos a la mesa donde teníamos los cócteles molotov.

Mientras nos acercábamos, pensamos en qué pasaría si los que teníamos en frente no fueran todos los que habitaban el pueblo. No nos interesan las sorpresas a esta altura de la partida. Sabemos varias cosas de ellos; y dos de ellas son que los ruidos les atraen y que se toman su tiempo para ir de un lado a otro. Pospusimos nuestro plan unas horas, y de mientras, haríamos todo el ruido posible para atraer su atención. Si la cosa se llegara a poner fea, siempre podíamos seguir con el plan previsto y ganar tiempo.

La mejor forma de hacer ruido que se nos ocurrió en un primer momento, fue la de poner música a todo volumen. Pero luego caímos en la cuenta de que sin electricidad esos aparatos no funcionan. Así que nada, tendríamos que hacer una cacerolada. De la cocina sacamos todas las cacerolas y pucheros que encontramos. Las sacamos fuera y empezamos a componer lo que sería la música del futuro. Durante media hora estuve aporreando un par de tapas de cazuela bastante grandes mientras Pachuco reinventaba la música de percusión con cazuelas, pucheros, un martillo y una llave inglesa que había en el garaje. He dicho antes que estuvimos media hora, pero en realidad, ni lo se. Supongo que hasta que nos cansamos o hasta que nuestro público empezó a abuchearnos, o a pedirnos un bis, porque con el tiempo, empezó a aumentar. De ambos lados llegaron más y más muertos. Conté a eso de la diez de la mañana unos cincuenta. Hombre, mujeres y niños, uno de ellos llevaba entre sus manos los restos de lo que en su día fue un perro, se unieron a nuestro concierto.

No habíamos previsto tanta afluencia de público y habíamos gastado todo el preciado combustible.

miércoles, 30 de junio de 2010

Diario de Amira, 27 de octubre de 2009. 10:50 horas

Es horrible. Estoy viviendo el peor día de mi vida, he visto lo horrible que puede ser el mundo, y lo horrible que puede ser la gente. Quedamos muy pocos de los que salimos de la embajada. Estoy en el avión de camino a España. A mi lado tengo a una de las monjas, a la más joven. Frente a mi está Luís, el embajador, y a su lado el capitán. Creo que es capitán, porque así lo llaman. Solo han sobrevivido dos soldados más. El resto están todos muertos.

Según he podido oír, el avión llegó a Trípoli de El Cairo. Después de estar días esperando, nadie llegó; así que, decidieron seguir la ruta. Según parece, no hay comunicación con España. Ahora vamos camino de Rabat, aunque hay discusiones al respecto entre el mando militar de la embajada y el del avión. Ahora se han calmado, pero han estado discutiendo largo rato sobre dirigirnos directamente a España o seguir con los planes. En un momento en que el embajador dijo algo, el piloto del avión le dijo que se quedase sentado con la boca cerrada y de muy malas maneras.

Los demás hemos estado callados, en silencio.

Fue muy apresurada la salida de la embajada. Solo me dio tiempo a coger a Albaricoque. Querían dejarlo allí, pero eso no; ni pensarlo. Me metieron en el coche oficial del embajador. Entramos seis personas, estábamos realmente apretados, y eso que es un coche grande. No quiero ni pensar cómo iba el resto en los otros coches. Nada mas meternos en el coche, uno de los soldados abrió la puerta, de la fuerza de los resucitados cayó al suelo y varios de ellos se le echaron encima. No lo volvimos a ver. Salimos como pudimos, despacio, sin atropellarlos, de forma que sus cadáveres no bloquearan la carretera si los llegáramos a atropellar. Al parecer, la maniobra ya estaba estudiada de antemano. Salimos los tres coches de la embajada. Yo iba en el primero. La calle parecía despejada, así que, cogimos velocidad. Pero al entrar en una de las calles principales nos encontramos con cientos, miles de resucitados vagando sin un rumbo establecido. Algunos de ellos estaban parados. Daba igual qué estuvieran haciendo o a dónde se estuviesen dirigiendo. Al oírnos llegar, se giraron y se dirigieron hacia nosotros.

Dimos la vuelta. Tendríamos que callejear. En las calles más estrechas apenas encontrábamos resucitados. Miré por el cristal trasero del coche y me fijé que Roberto, el cónsul, conducía su coche detrás de nosotros. Cuando, de repente, no se muy bien porqué, aceleró y nos adelantó a gran velocidad en una calle de un carril por cada sentido. Al verlos pasar pude fijarme en la cara de pánico que ponía la mujer que vino con su marido para arreglar los papeles de la doble nacionalidad de su hija. En ese tramo nosotros también íbamos bien rápido, al no haber ningún muerto en la carretera. Pero, de repente, de una esquina, a unos doscientos metros de distancia de su coche, no se si debido al ruido o a la casualidad, aparecieron varios de ellos. Roberto hizo ademán de esquivarlos, pero no pudo controlar el coche. Dio un volantazo giró de un lado, luego del otro y empezó a dar vueltas de campana, para terminar estrellándose contra una farola. El coche quedó de lado sobre la acera. “No pares, no pares”, dijo el militar que iba delante al embajador, cuando empezamos a notar que el coche estaba frenando. No paramos. Los resucitados se acercaban lentamente al coche siniestrado. Logré ver que una persona se arrastraba hacia el exterior del coche mientras el tercer coche paraba a socorrerles.

Llegamos al aeropuerto, estaba infestado de resucitados. Atravesamos una de las vallas que separan la zona de las pistas de aterrizaje. Encontramos nuestro avión después de estar diez minutos dando vueltas por las pistas. Gracias a que los soldados habían hecho una pequeña trinchera con cajas y los vimos moverse, pudimos encontrarlos.

Durante veinte minutos estuvimos esperando al tercer coche, y estábamos a punto de despegar cuando los vimos aparecer a lo lejos. Instintivamente los soldados apuntaron al vehículo, al igual que hicieron con nosotros. Cuando se bajaron les dijeron que se tumbasen en el suelo con los brazos y piernas extendidos. Pude ver que faltaba Mustafá, el padre de la familia y uno de los soldados; el sargento Cabanillas, un hombre muy simpático con el que había hablado alguna vez cuando estaba tomando un café en la embajada.

Inspeccionaron a cada una de las personas, buscaban mordeduras o arañazos. Uno de los soldados gritó a Naures que no se moviera a la vez que llamaba a sus compañeros. Otro de ellos le dijo a Marta que tampoco se moviera. El resto de los ocupantes del vehículo, dos soldados de origen ecuatoriano, se unieron al resto de compañeros. Ellos fueron quienes dijeron lo que les ocurrió a las dos mujeres. Mientras estuvieron parados intentando socorrer a los heridos. Fueron atacados por los resucitados, por suerte, ellas dos pudieron zafarse de ellos, pero el militar y el padre, no pudieron salvarse, una marea de muertos se les echaron encima. El tiempo justo para meterse en el coche y salir de allí a toda velocidad.

Apareció el piloto del avión, que era el oficial al mando de la misión. Dijo que no podían subir al avión y que poco humano era dejarlas a su suerte en aquel sitio. Sin dudar, ordenó la ejecución de las dos mujeres. Me quedé paralizada, sin poder reaccionar. La monja más joven, de repente se puso a llorar; y Luis y Abdulhakim intentaron impedirlo, pero fueron retenidos. Luis no pudo moverse, pero Abdulhakim pudo zafarse del soldado que lo agarraba y cuando se dirigía camino del piloto del avión, otro de los soldados lo golpeó en la cabeza con su arma y cayó al suelo inconsciente, entre dos soldado lo metieron en el avión. Aún sigue inconsciente y con una brecha en la cabeza.

El pelotón lo formaron cuatro soldados, entre ellos los dos soldado que iban en el coche con Naures y Marta. A una distancia de unos diez metro las apuntaron. A lo lejos ya se veía una autentica horda de muertos acercándose. “Apunten”, dijo el piloto. Las dos mujeres estaban con las manos juntas, llorando, acurrucadas en la pista de aterrizaje. En el momento en que la otra monja, que consolaba a su compañera, salió corriendo para interponerse entre los soldados y sus víctimas, se oyó “Fuego”. La monja cayó al suelo cubierta de sangre. Sin embargo, su sacrificio fue en vano, las ráfagas llegaron hasta mis compañeras de trabajo. Sus cuerpos quedaron en el suelo, en un charco de sangre, con sus manos entrelazadas.

Inmediatamente se dio orden de embarcar y despegar. Yo me quedé petrificada, sin poder moverme, con la caja donde llevo a Albaricoque en una mano y con la otra abrazándome a mí misma. Uno de los soldados me metió en el avión y me sentó en el lugar del que no me he movido desde entonces.

martes, 22 de junio de 2010

Diario de Amira, 27 de octubre de 2009. 06:20 horas

Sigo sin poder conciliar el sueño. Creo que he dormido unas cuatro horas. Me he puesto a escribir esto, y a la vez, a mirar cosas en Internet. Hay páginas que ya no funcionan, otras siguen ahí, pero su contenido no cambia. He mirado mi correo. Normalmente tengo muchos correos, tantos, que ni me da tiempo a leerlos. Hace días que ya no recibo ninguno. Estoy mirando la página en la que conocí a Public. Nadie online. Hay gente que aparece como que se conectó hace uno o dos días.

Algo raro está pasando ahora mismo. He oído un ruido muy fuerte del exterior. Algo pasa. Se oyen disparos.

Evacuamos la embajada.

jueves, 10 de junio de 2010

Diario de Amira, 26 de octubre de 2009. 22:00 horas

Milagrosamente, aún seguimos con vida. Las comunicaciones con el exterior no existen. Estamos sitiados. Hace un calor sofocante y no podemos abrir las ventanas. El olor que entra del exterior es nauseabundo. Huele a podredumbre y muerte mezclado con el olor fuerte a tierra quemada.

El incendio no nos alcanzó. Derribó un edificio, que a su vez, calló sobre otro, y se creó un cortafuegos, pero parte de la cuidad ha sido consumida por las llamas. Hoy no hemos oído ningún ruido del exterior. Creemos que cada vez quedamos menos gente viva, y los que quedamos, no nos atrevemos a salir de nuestros refugios.

Estos días hemos aguantado gracias a que los militares han traído comida de una tienda de alimentos que se encuentra a uno de los lados de a la embajada. Han saltado desde una ventana y con rapidez han traído toda la comida que han podido. Repitieron la operación tres veces. Ahora tenemos abastecimiento para unos días. Pero tenemos claro que así solo vamos a prolongar nuestro sufrimiento.

Tengo que compartir mi comida con Albaricoque, ya que se han negado a darle su parte de comida. Me da pena por él. No sabe que su vida ya no volverá a ser la de antes.

Se ha hablado de la opción de ir al aeropuerto a esperar al avión de rescate. Otros opinan que lo mejor es quedarse aquí, y aguantar a que la situación mejore. Personalmente creo que la cosa no va a mejorar. Aunque ya no hay tantos en la puerta, si vemos que cada vez hay más por los alrededores. Esta tarde he subido a la azotea y he podido comprobar que cientos de resucitados vagan por los alrededores de la embajada. Le he tirado una piedra a uno y en el lugar donde ha caído se han reunido un grupo de seis o siete. Está claro que el ruido los atrae, así que, se ha prohibido dispararles con armas de fuego.

Llevo días sin cambiarme de ropa. Lo estoy pasando realmente mal.

sábado, 5 de junio de 2010

Diario de Amira, 23 de octubre de 2009. 14:00 horas

Vamos a morir de hambre. Llevo sin comer tres días. Menos mal que tenemos agua. Aún tenemos electricidad, y funciona Internet, pero las páginas no cambian de contenido y los periódicos hace dos días que tienen las mismas noticias.

Los militares nos han dicho que un incendio se ha producido durante la noche a unos kilómetros al oeste de la embajada. No ha dejado de crecer. En un principio, el viento soplaba en dirección oeste, con lo que lo alejaba de nosotros, pero hace un par de horas, ha cambiado, y sopla hacia el este. Las llamas se propagan rápidamente, al no haber nadie que intente apagarlas. Hemos oído el ruido de vehículos en movimiento. Debe haber más gente en nuestra situación. Ninguno ha pasado cerca de aquí. Nosotros seguimos rodeados de resucitados; y aunque hay menos, porque algunos se han debido cansar, ahora vagan por los alrededores. Sigue habiendo los suficientes como para no poder salir de aquí.

jueves, 3 de junio de 2010

Diario de Amira, 22 de octubre de 2009. 07:30 horas

La situación es desesperada. No consigo quedarme dormida. No se cómo mi compañero puede haberse quedado dormido sentado en la silla y medio tirado en la mesa; y no es el único. Tampoco he comido nada desde ayer.

El avión que dijeron que llegaría ayer por la mañana, no lo ha hecho. He hablado con el embajador. Me ha dicho que la última vez que habló con el ministerio, dijeron que el avión había salido a su hora. Pero primeramente iba a pasar por El Cairo a coger al personal de allí, y que después vendrían hacia Trípoli. El plan era recoger a todo el personal de las embajadas de los países del norte de África.

Me he pasado la noche mirando por Internet. Lo que sucede aquí, sucede también en el resto del mundo. Nada se sabe de los que marcharon al desierto. Ya no hay comunicados oficiales. No hay ruido en las calles. Ayer aún se oían el ruido de disparos y de coches, pero ya no. Hace horas que la capital de Libia es un enorme cementerio viviente.

Los militares hacen guardia. Están colocados encima del edificio. Durante el día de ayer, se dedicaron a disparar a los resucitados, pero seguían sin morir. Han descubierto la forma de matarlos definitivamente, pero eso nos ha costado el que ahora la embajada esté rodeada de seres intentando entrar; y no ha munición para todos. Parece, que de momento, la puerta principal aguanta el empuje de estos seres. Pero no tiene pinta de estar diseñada para aguantar el peso de tanta gente empujando.

viernes, 21 de mayo de 2010

Diario de Amira, 21 de octubre de 2009. 02:30 horas

Estoy histérica, de los nervios. No puedo más. No se nada de nadie de mi familia. La televisión ya no retransmite en directo imágenes del exterior. Lo único que recibimos son comunicados oficiales desde hace cuatro horas. Los dirigentes del país han dejado la capital y se han internado en el desierto. Los comunicados hablan de bases militares seguras en el desierto del Sahara y de la necesidad de la población a dirigirse a ellas. Hablan de dejar a los enfermos y heridos por mordeduras y arañazos de gente infectada o vacunada contra la gripe. Al parecer, han insistido mucho en esto, mucha gente se niega a dejar atrás a sus familiares enfermos, ya que, al final, terminan compartiendo el mismo destino que ellos.

Los líderes religiosos hablan del fin del mundo. Las mezquitas, están abiertas para todo aquel que necesite rezarle a Allah.

El embajador nos reunió hace media hora para hablarnos de la situación, para intentar tranquilizarnos, pero, conmigo, no lo ha conseguido. Tiene órdenes desde el Ministerio de exteriores de quedarnos en la embajada hasta ser evacuados y llevados de vuelta a la Península Ibérica. Según nos ha contado, saldrá un avión desde la base militar aérea de Zaragoza que llegará mañana por la mañana a Trípoli. Tenemos que estar listos para evacuar la embajada y llegar al aeropuerto cuando nos avisen. El trayecto lo haríamos en los coches que están apartados en el interior de la embajada. Son tres. El del embajador, el del cónsul y el del matrimonio que vino a arreglar unos papeles.

domingo, 16 de mayo de 2010

Diario de Amira, 21 de octubre de 2009. 20:20 horas

Ahora quedamos diecinueve personas en la embajada. Siete militares, y doce civiles. En el grupo de los militares hay un capitán, un sargento y cinco soldados. Excepto el capitán, que tendrá unos treinta y tantos años, el resto no supera la treintena, tres de ellos, ni siquiera son militares nacidos en España. Entre el personal de la embajada estamos: el embajador, el cónsul, los dos traductores (mi compañero y yo), dos administrativas, y el chofer del embajador. Hay cinco personas que les ha cogido todo este embrollo dentro de la embajada. He visto dos monjas y una familia de tres personas, que venían a realizar el papeleo de la doble nacionalidad de su hijo, un bebé de pocos meses. Pobrecito.

Llevo prácticamente toda la tarde encerrada en mi despacho. Mi compañero de oficina anda por la embajada mirando por las ventanas constantemente. Yo he dejado de hacerlo hace rato. Me he puesto a ver la televisión. En todos los canales hablan de la extraña enfermedad que asola el país. No puedo creerlo. Es imposible lo que cuentan. La gente muere, y al rato, vuelven a la vida y atacan a los que siguen vivos. Literalmente se los comen. Es imposible, no puedo creerlo.

jueves, 13 de mayo de 2010

Diario de Amira, 21 de octubre de 2009. 15:10 horas

Tengo mucho miedo. No se nada de mis padres, ni mi hermana, ni del resto de mi familia, ni de mis amigas. Estoy en la embajada, con Albaricoque encerrado en la cesta que compré el otro día. También está asustado. No está acostumbrado a ver tanta gente.

Nadie de la embajada puede salir. Tampoco nadie de fuera puede entrar. Aquí estamos unas veinte personas. Ocho de ellos son militares. Están fuertemente armados y vigilando el exterior de la embajada. El embajador no ha salido hoy de su despacho. Según me dicen el caos se ha adueñado de la ciudad. La situación es muy grave.

Todo empezó ayer.

Me dirigía a buscar a los dos empresarios, -que la verdad, no se a qué empresa representaban-, a su hotel. El chofer no pudo acercarse al hotel. Un policía nos dijo que no se podía pasar. El hotel estaba acordonado. Había policías y ambulancias yendo y viniendo constantemente. Un autentico caos había en la zona. Lo raro no era que solo pasara en ese lugar, de camino a la embajada, multitud de ambulancias pasaban en todas direcciones. Le pregunté a mi chofer si sabía qué pasaba. Lo único que me dijo fue que a su hermana la noche anterior no se encontraba bien, y tuvieron que llevarla al hospital y allí la dejaron ingresada.

Llegué a la embajada y me puse a trabajar. Lo de siempre. Una nota de protocolo, pasaportes; nada del otro mundo. Mientras estaba tomándome un café de la máquina, me fijé en el exterior. De repente, un hombre atacó a otro. Éste cayó al suelo; y entre la persona que lo agarró, y otra que llegó, empezaron a morderle. Parecía que se lo estuvieran comiendo.

Uno de los militares salió en su ayuda. Al llegar, a socorrer a la persona, se le echaron encima las otras dos. Estaban manchados de sangre. El militar, un chico que no superaba en mucho a la veintena, cayó hacia atrás. Después de unos segundos de alaridos, dejó de gritar. Me fijé en cómo su compañero cerraba la verja de la embajada mientras llamaba a su mando. Al rato, el embajador salió de su despacho para decirnos que la embajada cerraba sus puertas, y que nadie podía entrar ni salir. Trípoli estaba siendo atacada. Aunque no nos dijo por quién ni por qué.

Inmediatamente intenté contactar con mis padres. No conseguí hablar con ellos, tampoco con mi hermana. Las comunicaciones estaban saturadas y no había forma de que funcionasen los teléfonos móviles. Tampoco pude hacerlo desde el teléfono fijo.

Diario de Amira, 19 de octubre de 2009. 23:20 horas

Hoy apenas he tenido trabajo, y me he dedicado a hablar con Public, el chaval que conocí que es de Santander. También, vaya nombre más raro que tiene. Me ha dicho que allí ya están preparando vacunaciones masivas para la gente. Aquí en Trípoli, empezaron hoy a poner las vacunas. Mis padres y mi hermana, tienen hora para mañana martes.

Los empresarios españoles no han podido ir a la reunión que tenían con una de las empresas. Al parecer, según he oído en la embajada, no se encontraban bien, y se han quedado en la habitación del hotel. Según dicen, han tenido una reacción alérgica a la vacuna. Eso, o han comido algo que les ha sentado mal. De todas formas, me han dicho que pase el miércoles a recogerlos. Tengo que acompañarlos a una fábrica de pasta para hacerles de traductora.

El jueves voy a pasar unos días al desierto, a un complejo hotelero. Ha estado mi madre alguna vez y me lo ha recomendado. Me he pedido el jueves de la semana que viene libre. Llevaré el miércoles a Albaricoque a casa de mis padres para que no esté solo todo el fin de semana.

martes, 27 de abril de 2010

Diario de Amira, 18 de octubre de 2009. 23:20 horas

He tenido que atender durante casi todo el día a los dos empresarios españoles. Han llegado pronto, debieron llegar ayer. Total, toda la mañana con ellos de aquí para allá. Como es su primer día han querido ver la ciudad. Hoy ha sido un día especialmente caluroso y lo han pasado bastante mal. Han venido de Madrid. Allí hacía 12 grados, al llegar aquí, se han encontrado con 38 grados.

Llevan varios días hablando en el periódico sobre la mutación esta de la gripe del cerdo, que se ha pasado a los humanos. La OMS ha decretado la vacunación obligatoria a nivel mundial. No se si aquí se hará o no caso a este mandato. Mis dos acompañantes de hoy, ya fueron vacunados en España. Aún no han llegado las vacunas a la embajada. Además, no conozco a nadie que haya enfermado. No será tan grave como dicen.

Al llegar a la embajada hoy, a eso de la una de la tarde, después de dejar a los dos empresarios en su hotel, me he fijado en que hay soldados nuevos en la puerta. No me ha gustado nada cómo me ha mirado uno de ellos. Incluso, al salir, cuando estaba subida al coche de mi chofer, he visto cómo me miraba de nuevo.

Como he estado prácticamente toda la mañana fuera del despacho, no me han dejado trabajo sobre la mesa. Supongo que esperaban que estuviese fuera todo el día, así que, he estado hablando con un chico de Santander por Internet, llevaba días saludándome, pero no hemos coincidido hasta hoy.

sábado, 24 de abril de 2010

Diario de Amira, 15 de octubre de 2009. 23:00 horas

Menudo día que he tenido hoy. No he parado. He tenido que traducir dos notas de protocolo para el cónsul, cinco pasaportes, hablar con tres empresas para concertarles cita con unos empresarios españoles que llegan mañana. Además, he tenido que buscarles alojamiento y arreglar el resto de sus papeles.

Me caigo de sueño. Y eso que por la tarde no he hecho prácticamente nada. He estado toda la tarde en casa de mis padres, hasta que a las diez, mi padre me ha traído a casa. Parece que Albaricoque quiere jugar. No deja de subirse a la mesa y molestarme mientras escribo, se nota que lleva todo el día solo y tiene ganas de que le hagan caso.

Antes he estado mirando en Internet los mensajes de la red social esa. No me da tiempo a leerlos todos, son demasiados. Además, hay muchos de ellos bastante desagradables. Desde luego, hay gente muy rara suelta por el mundo.

Me voy a dormir, me caigo de sueño.

jueves, 22 de abril de 2010

Diario de Amira, 9 de octubre de 2009. 22:30 horas

Acabo de cenar y no echan nada interesante en la tele. He visto en las noticias que el gobierno ha comprado un montón de las vacunas esas contra la gripe A. Parece que vamos a tener un invierno duro con esta dichosa gripe.

En la embajada nos han dicho que mandarán vacunas y que no usarán las de aquí. Prefiero vacunarme en la embajada, no me fío de los médicos ni los hospitales de la ciudad.

Mañana tengo que comprar comida para Albaricoque. Ya están llamando al rezo. Me voy a ir a dormir. Mañana tengo que ir a una empresa con el cónsul. Siempre es más divertido que traducir notas de protocolo y pasaportes.

miércoles, 7 de abril de 2010

26 de noviembre de 2009. 6:12 horas.

Me he sentado cinco minutos y parece que me he tranquilizo. Entre los Redbull y el ruido que montan los zombis, no hay quien tenga cinco minutos de calma. Como contaba antes, temíamos que con el follón que montamos antes apareciesen más. Pues bien, ahora tenemos una auténtica jauría ahí fuera. No los vemos porque es de noche, pero los oímos. Además, para mas INRI, se ha puesto a llover. Esperemos que la lluvia no afecte a nuestro plan. No nos interesa.

Ninguno de los dos sabemos, exactamente, para qué se utilizaban, los productos químicos que almacenaban en esta casa. A saber, lo mismo hubiesen podido servir para limpiar suelos, que para crear una bomba atómica. Lo importante, es que después de pensar y pensar, y buscar y rebuscar, vimos que en los bidones de plástico del garaje, tenían una pegatina con el simbolito ese romboide en color rojo y una llamita. Si, ese que suele significar “inflamable”.

Bien, si es inflamable, se puede prender fuego. Y si se prende fuego, igual podemos incendiar a los zombis. Digo yo, que si se queman, también lo hará su cerebro, y dejará de funcionar.

Hemos cogido unos cuantos de los bidones de 2 litros, y hemos ido a la parte trasera de la casa a intentar prenderlos fuego. También hemos cogido una sábana, mecheros y velas que hemos encontrado en un cajón. Además, tenemos la pistola.

La primera ocurrencia que hemos tenido ha sido la de echar un poco del producto este al suelo y echarle un trozo de tela incendiado. Nada, la sábana se apagó. Eso lo intentamos varias veces. Pensamos en pegarle un tiro a la botella. Pero nos pareció algo tan sumamente idiota, que ni lo intentamos. Después de probar todo tipo de tonterías, intentamos a hacer un cóctel molotov con el liquidillo este. Cogimos un botellín de cerveza que tenían en el garaje, lo rellenamos, le pusimos “la mecha”, lo encendimos y lo lanzamos contra la pared de la casa. Premio.

Ya tenemos plan y cómo ejecutarlo. No vamos a esperar mucho más. En cuanto amanezca, atacaremos. Ya tenemos todo preparado. Tenemos fuera nuestras mochilas y hemos sacado todos los bidones que hemos podido. También tenemos preparados cócteles con todas las botellas de cristal que hemos encontrado en la casa. Empezaremos lanzando bidones con el tapón abierto para que el líquido se vaya expandiendo. Al alba esto va a parecer Vietnam. Ese es el plan.

sábado, 3 de abril de 2010

26 de noviembre de 2009. 5:27 horas.

Tenemos un plan. No es un buen plan, pero tenemos uno.

Son las cinco y media y creo que la casa se mueve, o soy yo, no se. Creo que el corazón se me va a salir del pecho. Parezco el protagonista de Miedo y asco en las Vegas. Me he tomado otros cuatro Redbull. Siete. No se si he hecho bien. Tengo miedo a que si me estoy quieto me de un patatús. Creo que estoy desvariando.

No importa. El plan, si. Tenemos un plan. Salir de aquí, coger un coche y largarnos a toda leche de este pueblo infernal. Parece que estemos en una película de zombis. Si. No. Espera… si. Pero no es una película, esto es la vida real. Puf!, creo que desvarío de nuevo.

Si. El plan. Voy a ceñirme al plan. El plan es lo más importante ahora. Bien Public, tranquilo toma aire, date una vuelta, y luego vuelves y cuentas el plan.

jueves, 1 de abril de 2010

26 de noviembre de 2009. 2:42 horas.

Tenemos encima de la mesa del salón todas las latas y botes de conserva que había en la casa. Hemos decidido que nos llevamos el chorizo. Hemos hemos partido todo el jamón que hemos podido en lonchas y las hemos metido en unos tupperwares. También hemos puesto sobre la mesa las botellas de agua. Son tantas cosas que no nos las podemos llevar todas. Eso si, los dos hemos estado de acuerdo en que, por lo menos, nos llevamos el jamón, el chorizo y el agua. Cogeremos también las latas de atún, sardinas, guisantes, maíz. Vamos, un poco de todo. Dejaremos el melocotón y la piña en almíbar, que ocupa y pesa mucho. Siento tener que dejar las aceitunas, con lo que me gustan; y las anchoas.

Aún tenemos el problema de cómo salir de aquí. Haremos guardia toda la noche. Me he tomado tres redbull y ahora estoy que me subo por las paredes.

martes, 30 de marzo de 2010

25 de noviembre de 2009. 22:36 horas. (Parte 3)

Después de estar diez minutos inmóvil, pensando en la situación, salí de la habitación. Pachuco ya no estaba allí. No lo había oído levantarse. No sabía dónde se había metido. Fui avanzando apuntando al frente. Parecía que algo se movía en la habitación de la hija. Giré bruscamente y allí estaba, de pie frente a una ventana desnudo de cintura para arriba mirándose el cuerpo. Le llamé, “¿Pachuco?”. La voz me salió entrecortada, sin apenas fuerza. Volví a llamarlo, esta vez con más fuerza. Sin mirarme me dijo que entrara, “entra, necesito tu ayuda. No veo el mordisco. Dime dónde está”, me dijo.

Entré en la habitación. Estaba mirándose el torso y los brazos. En realidad, no había restos de sangre por ninguna parte. Le dije que no se moviera y le empecé a mirar. Le pregunté que dónde le habían mordido, y me dijo que en el brazo izquierdo, pero ahí solo tenía la marca de un mordisco. Nada más.

Miré por la espalda y cuello, pero nada. Ni rastro. Una sonrisa se dibujó en mi cara. Lo había mordido, pero no había desgarrado la piel y no tenía ninguna herida. Lo había salvado la cantidad de ropa que llevábamos puesta. Estos últimos días en el monte, nos había obligado a ponernos toda la ropa que llevábamos en las mochilas. Eso le salvó. Aún así, una marca de dientes se notaba en su brazo. Justo en la letra “E” del tatuaje que tiene en su brazo izquierdo.

Que alivio.

No me hago a la idea de quedarme solo en este mundo muerto. No quiero ni pensar en ello. Bastante duro ya es. Hace un mes que dijimos que solo tardaríamos 1 hora en llegar a Hormiguera. Alberto ya nos habrá dado por muertos. Y con razón. No le culpo. Aquí ya no funciona nada. Sin agua corriente y sin electricidad, estamos en la edad media. Una ducha nos vendría de perlas. Pero bueno, no creo que a nadie le importe nuestro olor.

Bajamos al piso de abajo y nos sentamos en el sofá. Felices por seguir vivos. Casi cuando estábamos a punto de quedarnos dormidos, unos golpes en una de las ventanas nos separó de los brazos de Morfeo. Había uno asomado a la ventana. Un hombre de unos cuarenta y tantos años. Sin mandíbula. Salimos fuera, por la puerta principal. La casa tenía un jardín en la parte delantera, unos treinta metros la separaban de la puerta de la entrada de la finca. La puerta que comunicaba la finca con la carretera estaba abierta y dos de ellos se habían introducido dentro, el que estaba golpeando la ventana, y otro que avanzaba hacia nuestra posición.

Desde el umbral de la puerta, vimos que se aproximaban unos quince o veinte desde ambas direcciones, alertados, seguramente, por nuestros disparos. Sin pesármelo dos veces, salí corriendo hacia la puerta. Tenía que cerrarla. Esquivé al que se acercaba, pasando a unos tres metros de él. Intentó cogerme pero no pudo. Pachuco lo apuntó con la escopeta y disparó. Un click obtuvo como respuesta. Nada salió del arma. Recordó que gastó todos los cartuchos en matar al crío que casi lo mata. Al grito de banzai salió corriendo con la barra de acero elevándola sobre su cabeza. Se produjo un ruido seco cuando se hundió la cabeza del zombi en el tronco mientras cerraba la puerta.

Era de madera y tenía una altura de metro y medio. No los detendría infinitamente, pero puede que aguantase si no se agrupaban muchos tras ella. El muro que rodeaba la finca tampoco era muy alto, alrededor de metro sesenta. No lo podían atravesar, pero desde fuera se nos veía perfectamente. Por suerte para nosotros, al ser un muro bajo, los zombis se iban quedando atrapados a lo largo de él, y solo uno se concentró en la puerta.

Nos giramos para acabar con el otro que había dejado la ventana y que se dirigía a por nosotros. A por Pachuco más bien, que era el que tenía más cerca. Saqué la pistola, pasé al lado de Pachuco, y cuando estaba a una distancia de metro y medio le disparé a la cabeza. Allí dejamos les dejamos a los dos tirados en el césped.

Una vez dentro de la casa, nos sentamos y estudiamos nuestra nueva situación. Estábamos atrapados y necesitábamos salir de allí lo antes posible. No a mucho tardar, más zombis llegarían alertados por el follón que habíamos organizado. Necesitábamos salir de esa casa y seguir avanzando. Estábamos en una ratonera.

miércoles, 24 de marzo de 2010

25 de noviembre de 2009. 22:36 horas. (Parte 2)

El pasillo estaba oscuro, la primera puerta estaba abierta, y desde ella se iluminaba el pasillo. Sin embargo, la segunda habitación, estaba cerrada y apenas se veía nada una vez se sobrepasaba la primera habitación. No había electricidad y no teníamos linterna. Teníamos que ir abriendo puertas para iluminar el pasillo.

Nos quedamos quietos nada mas subir, intentado escuchar de dónde procedían los ruidos. Al parecer, no desde la primera habitación. Pachuco iba delante y yo detrás. Echó una rápida mirada dentro de la habitación y no vio nada. Entró dentro y yo detrás de él. Nada, vacía. Era la habitación de la niña.

Salimos de la habitación y nos dirigimos a la siguiente, tenía la puerta cerrada y se oían ruidos detrás de su puerta. Nos acercamos con sigilo y nos colocamos frente a ella. Habíamos avanzado hasta el final de ese trocito de pasillo y nos colocábamos en el siguiente tramo. Me agaché y agarré el pomo de la puerta. Pachuco apuntaba. Abrí la puerta, pero Pachuco, desde su posición no podía ver el interior. La puerta estaba colocada en la esquina de la habitación. Sin embargo, yo sí veía su interior. Un anciano estaba tirado en el suelo boca arriba. El abdomen abierto y las tripas que no se comieron estaban esparcidas a su alrededor. Un olor a podrido inundaba la habitación e hizo que tuviera que alejarme un poco y girar la cabeza el tiempo suficiente para coger aire y decirle a Pachuco que había uno ahí dentro. Justo en el momento en el que me volvía a girar para apuntarle y disparar, apareció por la puerta la que debió de ser la pareja del viejo que estaba tendido en el suelo. Del brazo y antebrazo izquierdo solo quedaba el hueso, no podía levantar ese brazo por la ausencia de músculos en él. Se acercaba gruñendo, toda manchada de sangre, mirándome con esos ojos lechosos. Un hilillo de sangre la caía de la boca. Un ruido ensordecedor hizo que su cabeza y parte del torso desapareciera, desplazando su cuerpo hasta el fondo de la habitación sin tocar el suelo y esparciendo sus restos por toda la habitación.

Casi me quedo sordo. Y por un momento me quedé aturdido. Pachuco soltó una carcajada. Al parecer, le pareció gracioso. No se, de haberlo visto, igual a mi también me lo hubiese parecido. La cosa es que se quedó mirándola durante unos segundos, inmóvil mientras yo me levantaba. Me disponía a entrar, cuando, no se si debido a la concentración de ir habitación en habitación, o porque el ruido del disparo de la recortada me había dejado medio sordo, o por qué, no nos dimos cuenta de que otro había venido del fondo del pasillo y había cogido a Pachuco por detrás.

Se giró bruscamente. Mis ojos no estaba habituados aún a la oscuridad y solo lo vi moverse, girarse y dar golpes contra la pared con su espalda, mientras gritaba “tengo a uno detrás. Me ha mordido, me ha mordido”.

Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo, dejándome paralizado. No supe reaccionar. Pachuco siguió girando sobre sí mismo y golpeando la espalda contra la pared hasta que pareció zafarse del él. Luego descargó toda la munición que tenía contra el no muerto. Siguió disparando aún cuando se le terminaron los cartuchos. Después, se desplomó en el suelo, apoyando la espada en la pared, y mirándome fijamente sin decir nada. Yo tenía los ojos abiertos, apenas sin pestañear. Así estuvimos por lo menos cinco minutos. Sin decirnos nada. Joder, ¿qué coño iba a decirle?, “vaya Pach, parece que te han mordido”.

Los minutos más largos de toda mi vida. Ni un ruido. Nada. Silencio.

No se ni cómo se me ocurrió, la verdad, pero, pasado ese tiempo le pregunté “¿te duele?”. “Pues si, joder, me ha mordido”. Le dije que no pasaba nada, que igual no se convertía. Ya sabéis, esas cosas que ninguno de los dos nos creemos, pero que dicen que queda bien en estos momentos. Me levanté y vi que del fondo del pasillo, a la izquierda, había luz, debió de salir de allí el maldito crío. Ahora sus restos formaban parte del suelo del pasillo.

Dejé a Pachuco sentado, y entré en la habitación del fondo, dejando la puerta de la siguiente habitación cerrada. Menudo espectáculo. Había restos de vómito y sangre por toda la habitación. Parece que se convirtió estando solo. No debió pasarlo nada bien. Parecía que había pasado un huracán por allí, no quedaba nada en pie.

Volví y pegué la oreja en la única habitación que quedaba cerrada. En silencio escuchaba el interior, mientras miraba a Pachuco con el rabillo del ojo. Había empezado a quitarse la parte superior de la ropa en busca de su sentencia de muerte.

Abrí la puerta, dejando solo una pequeña rendija desde la que poder ver el interior. Estaba vacía. Una foto de boda estaba en la cama. Me acerqué y la cogí. Allí estaba el gordo que acabábamos de matar junto a una mujer. En la foto estaba bastante más delgado, se que la “buena vida” hizo estragos en él. Me fijé en la esquela que estaba colocada en una de las mesitas de noche. “Mónica García Pérez, descanse en paz”. En ese momento supe por qué todos iban de traje.

Me senté en la cama con la esquela aún en las manos. Pensando en que todas las personas que me importaban ya no existían. Y que mi amigo, pronto dejaría de existir.

viernes, 19 de marzo de 2010

25 de noviembre de 2009. 22:36 horas. (Parte 1)

Como pudimos nos metimos en la casa, con cuidado de no cortarnos. Un corte en contacto de un zombi es mortal de necesitad para el humano. Eso dice el manual de supervivencia zombi. Si un zombi te escupe y te lo tragas, te mueres. Si un zombi te muerde y atraviesa tu piel, muerto. Si te tose en un ojo, muerto. Si intercambias fluidos con un zombi, muerto. Si te cepillas los dientes con el cepillo de un zombi, muerto. Besar a un zombi te mata. Esto no es como el sida. La relación entre tú, y un zombi, debe ser siempre a través de una bala directa a su cerebro.

Estábamos en la cocina. La puerta estaba cerrada. Apenas nos movimos ni dijimos nada. Nos quedamos callados durante un momento intentando escuchar si había alguien más por allí. Al rato, y al ver que no se oía nada, empezamos a buscar algo para comer.

No había agua corriente. Tampoco hay electricidad. Definitivamente, el mundo, en esta parte, se ha ido a la mierda.

Lo primero que hicimos fue abrir la nevera. Un olor horrible salió de ella. El olor a carne podrida y alimentos caducados, provocaron un portazo y múltiples arcadas. De haber tenido algo en el estómago lo hubiera vomitado. Un dolor abdominal me acompañó durante unos minutos hasta que me repuse. Pachuco estuvo parecido a mi.

Miramos en los cajones y encontramos latas en conserva. Había atún, aceitunas, café, pasta, legumbres. Encima de la mesa había un pan duro como una piedra; y a su lado, una cesta con fruta podrida y una botella de agua de Solares medio vacía. Encontramos también patatas, algo arrugadas, pero aparentemente comestibles. Después de investigar por la casa, descubrimos la despensa. Una pequeña habitación a la derecha de la cocina llena de comida no perecedera y botellas de agua. Contemplamos con una enorme sonrisa los tres jamones y las ristras de chorizo que había colgadas del techo. Menudo botín.

Nos servimos el agua en dos vasos y nos lo bebimos. Dimos buena cuenta de cuatro latas de atún y dos de aceitunas con anchoas. Entonces, escuchamos un ruido proveniente del piso de arriba, justo en la habitación que queda encima de la cocina. Algo se movía, como si arrastraran una silla.

Alguien más quedaba en la casa. Cogimos nuestras armas, Pachuco se puso frente a la puerta apuntándola, yo me acerqué a ella y la abrí de golpe, para que en caso de haber algún zombi al otro lado lo disparase. Abrí la puerta, pero no había nadie. Salimos a un pequeño pasillo, a la izquierda quedaba la habitación en la que ahora yacen la niña de antes y su supuesto padre. A la derecha, la despensa, con su enorme botín. Seguido de la despensa hay un pequeño cuarto de baño. Frente a la puerta de la habitación que queda a la izquierda de la cocina está la entrada, con un pequeño recibidor. Según se entra a la casa, a su izquierda, está el enorme salón y las escaleras que llevan al piso de arriba.

Salimos de la cocina con cautela, y nos dirigimos hacia el salón. Poco a poco subimos las escaleras. Un pasillo en forma de C recorría la planta superior por el interior, dejando las habitaciones a su derecha a medida que avanza. Cuatro habitaciones y un baño en la zona centrar hay en esa planta. Dos mirando al frente, una más grande a la izquierda y otra a la parte trasera de la casa.

lunes, 15 de marzo de 2010

25 de noviembre de 2009. 20:05 horas

Voy a escribir nuestra llegada mientras Pachuco hace la cena. Seguimos vivos (obvio) y con alojamiento. No se, mucha suerte estamos teniendo. Estamos en una casa situada en las cercanías de Bárcena Mayor. Es un pueblo pequeño, y por los panfletos que hemos visto en el recibidor, este es el pueblo más antiguo de toda Cantabria, que es muy bonito, que hay que verlo, que si la iglesia, que si las casas, bla, bla, bla. Pues qué bien, no vamos a ir a verlo. Lo único interesante de ese panfleto es lo que se refiere a la parte de “pueblo peatonal” y “parking a la entrada del pueblo”. Hemos visto el parking cuando bajábamos la montaña al llegar esta mañana. Iremos mañana con cuidado a ver si podemos encontrar un vehículo, ya que no hay ningún coche en el garaje de la casa.

Pues nada. El trayecto hasta este precioso chalet hecho de piedra, fue bastante cansado. Hemos llegado hechos polvo. Con mucha hambre y sed. Solo hemos comido unas avellanas que encontramos por casualidad. Ni con un alma nos hemos cruzado en estos siete días. Nada hasta llegar al pueblo. Como os podéis imaginar, no hemos llegado a esta casa precisamente por la carretera, ni hemos entrado a ella por la puerta principal.

Vimos el pueblo esta mañana, sobre las diez o así, cuando nos disponíamos a descender la enésima montaña. Desde lo alto no se veía nada moviéndose, aún así, hemos bajado poco a poco, deteniéndonos cada cierto tiempo intentado distinguir alguna persona. Al ser un pueblo que parece estar apartado igual había quedado intacto.

Nuestro gozo en un pozo. A medida que nos acercábamos, hemos empezado a distinguir figuras entre las casa y por la carretera que lleva a pueblo. Un buen grupo de esas cosas rondaba un accidente de cuatro coches en la carretera. Ahí empezamos a temernos que el pueblo no se había salvado. Esos coches no eran precisamente una barricada. Además, los zombis no entienden de caminos, ni ceden el paso en las intersecciones. Así que, una barricada en la carretera, es una de las cosas más estúpidas que puedes hacer en estos casos.

Procurando evitar el contacto con otros seres nos hemos acercado hasta la casa más apartada que hemos podido ver, ésta en la que nos encontramos ahora. Me ha parecido revivir lo sucedido a las afueras de Bezana hace ya mil años. Esta vez, estaba toda la familia en casa, hasta la abuela. El abuelo no pudo levantarse, debió llevarse la peor parte. Lo encontramos en una de las habitaciones del piso de arriba, tirado en mitad de la habitación, con el abdomen abierto, como si le hubiesen hecho una autopsia. Aún me dan arcadas al recordar el olor y ver aquello lleno de gusanos.

Con el paso del tiempo, creo que hemos aprendido a saber cuándo hay alguno cerca. Lo digo porque he mencionado antes lo del olor del cadáver del viejo. Ellos huelen, huelen muy mal. Normal, es carne muerta y en descomposición, huelen a muerto. Nunca antes había olido a un cadáver. Lo normal, es que pases tu vida sin saberlo. Su olor es muy fuerte, pero como todas las cosas de este mundo, te acabas acostumbrando.

Total, que llegamos a la finca de la casa. Tiene un terreno en la parte de atrás. Una pequeña parcela repartida en dos partes. En una hay un pequeño huerto, y en la otra una zona de recreo, donde está la barbacoa y una mesa con sillas. Un toldo protege a la gente del sol en los días de comida campestre.

La casa tiene pinta de no tener más de diez años y está bien cuidada. A saber qué personaje importante vivió aquí para que le dejaran construir esta casa tan cerca de un pueblo con un diseño tan típico. ¡Ja!, a este no le salvó todo su dinero. Acabó como el resto. La casa tiene dos plantas, con desván y garaje. En el garaje no hay coches, solo latas de plástico con algo dentro. No hemos mirado a ver de qué son, pero parece que la gente de la casa se dedicaba a su distribución. Está el garaje lleno.

Decidimos entrar por la parte de atrás para que no pudieran vernos. Si hacíamos ruido, la casa amortiguaría parte de él. Nos acercamos a una ventana y miramos dentro. No se veía nada. Todo oscuro. Probamos con otra que había cerca y tampoco se veía nada. En un momento de lucidez di unos golpes al cristal. Si había algún zombi dentro, eso lo atraería y veríamos si la casa, o al menos, esa habitación, estaba o no vacía. Menudo susto que nos dimos, sabíamos que podía aparecer alguno, y aún así, casi nos da un infarto. De repente, una niña apareció y empezó a golpear el cristal. Dimos un salto hacia atrás y yo me caí de culo, y desde el suelo retrocedí como puede unos metros sin dejar de mirar la ventana.

La niña debió ser en su día rubia, y tenía dos coletas. Llevaba un vestido rosa. Ahora manchado con sangre reseca que le había caído de la boca. Tenía un aspecto de lo más terrorífico. No había visto aún a un niño zombi tan de cerca; y mucho menos de frente. La faltaba la parte derecha de la cara, no tenía ojo derecho y la podíamos ver ese lado de la mandíbula. No dejaba de abrir y cerrar la boca. Daba golpes al cristal de la ventana, como si de un insecto atrapado se tratara.

El ruido que provocada la puñetera chiquilla había alertado a otro más, que al poco, la unió. Era un adulto, medio calvo y bastante grande. Con su barriga tapaba casi completamente a la niña, que tenía ya la cara literalmente pegada al cristal. De haber necesitado respirar, hubiera muerto de asfixia; o quizás de aplastamiento. Supusimos que era su padre, o su tío, A saber. Iba vestido con un traje oscuro. La cara manchada también de sangre seca. Le faltaban tres dedos de su mano derecha, pero no parecía importarle. Daba golpes y más golpes al cristal. No aguantó mucho.

Para cuando la niña estaba ya completamente aplastada entre el cristal y su padre, ya estaba yo de pie, apuntando con la pistola y Pachuco haciendo lo propio con la recortada. Al tercer o cuarto golpe, el cristal cedió y se rompió. El padre se cortó las manos por el impacto. Un líquido negro, viscoso como el petróleo, le empezó a caer lentamente de las manos y brazos. Supongo que sea la sangre coagulada. La que, en su día fue la niña de sus ojos, terminó con la cabeza ensartada en un cristal puntiagudo que quedó firme en la base de la ventana. Al romperse el cristal, el cuerpo del padre se inclinó hacia delante, con lo que la cabeza de su hija, también rompió el cristal. Ahora yacía inerte con un cristal que atravesaba su pequeña cabeza. Ahora mismo, no sabría decir si sigue con “vida”, o está definitivamente muerta. No hemos querido entrar en esa habitación. Al menos, ruido, no se oye desde fuera.

El padre, una vez roto el cristal y con medio cuerpo fuera estiró los brazos intentando cogernos. Tenía una mirada de odio y rabia que daba realmente miedo. Habíamos visto a varios de estos, pero tampoco tan cerca y durante tanto tiempo. Estaba desbocado, su único fin, era cogernos, mordernos. Miré a Pachuco y le dije que había que matarlo. Me dijo que lo hiciera yo. Una bala a bocajarro terminaría con su existencia. En ese momento no nos lo pensamos demasiado. Ninguno lo hicimos. Me acerqué con todo el valor que pude hasta quedarme a unos pocos pasos. Lo hice despacio, sin dejar de mirarlo. Levanté el arma y apunté a su cabeza. Emitía unos ruidos guturales y no paraba de abrir y cerrar la boca mientras intentaba alcanzarme con sus brazos sin parar. Sostuve la pistola con toda la fuerza que pude, apunté, y disparé. Su cerebro se esparció por la habitación y por los restos de la ventana. Cayó encima de su hija con todo su peso. Un charco de sangre empezó a crecer bajo la ventana, lentamente.

El disparo hizo eco y lo debieron de oír hasta en Palencia, pero no nos dimos cuenta de sus consecuencias hasta hace unas horas.

Dejamos a un lado a los dos no muertos y golpeamos en la ventana que dejamos atrás. Esperamos unos minutos, Nada ni nadie se acercó. Decidimos romper el cristal y entrar por ella. Así que, con cuidado de no cortarnos entramos en la casa.

Me reclaman para la cena. Luego sigo.

sábado, 13 de marzo de 2010

23 de noviembre de 2009. 15:09 horas

Cinco días hace que no escribía nada. La verdad, es que no he tenido ni tiempo ni ganas. A parte de que no hay nada emocionante que contar. Hemos encontrado un muro, con un pequeño techo, de lo que en su día fue una casa, supongo que de pastores. Aquí hemos pasado la noche.

No tengo ni idea de dónde andamos. Nos guiamos por el sol. Nos fijamos por donde sale el sol, nos ponemos con el sol a la izquierda, y empezamos a andar en lo que creemos que es una línea recta. A veces tenemos que girar porque nos encontramos casas. Yo creo que en ese momento perdemos el rumbo.

Lo mejor han sido estos tres últimos días. No hemos visto el sol, y para más emoción, se ha puesto a llover. Debe ser gracioso ver a dos idiotas cargados con mochilas y abrigos en mitad del monte, mientras llueve, intentando taparse con un paraguas.

Necesitamos asaltar una casa o una tienda. Acabamos de terminar la última lata de atún que nos quedaba y el agua nos lo terminamos anoche. Hemos intentado coger agua del rocío, pero no tenemos ni idea de cómo se hace. Si al menos, tuviésemos Internet, habíamos mirado cómo se hace. Nos hemos bebido el aceite de la lata pensando que algo de agua tendía. Aunque, lo mismo cogemos una cagalera de aupa. A saber. De todas formas, ha sido algo asqueroso.

Salimos ahora, tenemos dos horas para encontrar una casa si no queremos empezar a pasar sed y hambre.

jueves, 11 de marzo de 2010

18 de noviembre de 2009. 08:21 horas

Al final, hemos estado otro día más aquí. Ayer tenía aún el tobillo un poco tocado, pero hoy, ya no lo tengo inflamado y puedo andar sin cojear. Así que, dentro de un rato partimos. Pachuco ha ido a leer una revista detrás de un arbusto. Me encantaría hacer lo mismo, pero la verdad, si no estoy en casa, es como que me cuesta. Este me dice que tengo que cambiar el chip, pero, ¡coño!, que cuesta. No quiero ni saber cómo va a limpiarse el ojete, porque papel higiénico, no tenemos. ¡Bah!, la naturaleza es sabia. Eso espero…

Bueno, hemos repartido lo que poseemos en dos mochilas que llevaremos a nuestra espalda. Básicamente, llevamos agua y comida en ellas. La ropa y las armas las llevamos puestas. Ahora es cuando me maldigo por no haber cogido la tienda de campaña que había en el trastero de la casa de Pachuco. A ver dónde pasamos la noche. No tenemos ni un triste mechero para hacer fuego. Voy a mirar en la guantera del coche. Nunca se sabe.

Pues no, no hay nada. Siempre podemos usar el mechero del coche para encender una antorcha y marcharnos de allí con el “fuego puesto”, como los hombres primitivos, pero creo que no lo vamos a hacer.

Ah!, lo que se me olvidaba contar, también nos llevamos un paraguas que había en el maletero. Aún no lo ha hecho, pero lloverá. Lo raro, es que en este mes, no lo haya hecho ya.

Bueno, vamos a partir. De entrada, nos toca subir una montaña. Somos unos tipos afortunados. Nunca fui con Eneko al monte a dar una vuelta y ahora me voy a hartar.

martes, 9 de marzo de 2010

16 de noviembre de 2009. 23:42 horas

Estoy de guardia mientras Pachuco duerme. No se si duerme o no, pero debiera hacerlo, porque a las tres de la mañana lo pienso despertar. Es una noche fría. El invierno llega y se empieza a notar.

Hemos decidido pasar la noche en el coche. Y seguir mañana a pie. Estas horas sentado y con el pie en alto me están haciendo bien, porque empieza a dolerme menos. La verdad, es que ahora que lo pienso, hacer guardia no tiene mucho sentido. Está el cielo nublado y no se ve la luna, con lo que no se ve absolutamente nada. Solo se oye el canto de algún que otro cárabo y el movimiento de algún animal, lo que produce que el corazón empiece a bombear sangre de forma acelerada y me altere.

Sobre las ocho, cogeremos todo lo que podamos y saldremos hacia el sur. No es una línea recta, pero si seguimos ese rumbo, tarde o temprano encontraremos Reinosa. De todas formas, intentaremos encontrar un medio de transporte.

Callado está dicho, que, mientras vayamos a pie, se acabó lo de acercarse a pueblos y concentraciones de casas. De todas formas, esperaremos a que esté recuperado completamente. Si hoy pasamos la noche sin ningún contratiempo, nada nos puede impedir pasar otro día más. Aunque también es cierto, que un día más aquí, puede ser interminable por culpa del aburrimiento.

domingo, 7 de marzo de 2010

26 de noviembre de 2009. 6:12 horas.

Me he sentado cinco minutos y parece que me he tranquilizo. Entre los Redbull y el ruido que montan los zombis, no hay quien tenga cinco minutos de calma. Como contaba antes, temíamos que con el follón que montamos antes apareciesen más. Pues bien, ahora tenemos una auténtica jauría ahí fuera. No los vemos porque es de noche, pero los oímos. Además, para mas INRI, se ha puesto a llover. Esperemos que la lluvia no afecte a nuestro plan. No nos interesa.

Ninguno de los dos sabemos, exactamente, para qué se utilizaban, los productos químicos que almacenaban en esta casa. A saber, lo mismo hubiesen podido servir para limpiar suelos, que para crear una bomba atómica. Lo importante, es que después de pensar y pensar, y buscar y rebuscar, vimos que en los bidones de plástico del garaje, tenían una pegatina con el simbolito ese romboide en color rojo y una llamita. Si, ese que suele significar “inflamable”.

Bien, si es inflamable, se puede prender fuego. Y si se prende fuego, igual podemos incendiar a los zombis. Digo yo, que si se queman, también lo hará su cerebro, y dejará de funcionar.

Hemos cogido unos cuantos de los bidones de 2 litros, y hemos ido a la parte trasera de la casa a intentar prenderlos fuego. También hemos cogido una sábana, mecheros y velas que hemos encontrado en un cajón. Además, tenemos la pistola.

La primera ocurrencia que hemos tenido ha sido la de echar un poco del producto este al suelo y echarle un trozo de tela incendiado. Nada, la sábana se apagó. Eso lo intentamos varias veces. Pensamos en pegarle un tiro a la botella. Pero nos pareció algo tan sumamente idiota, que ni lo intentamos. Después de probar todo tipo de tonterías, intentamos a hacer un cóctel molotov con el liquidillo este. Cogimos un botellín de cerveza que tenían en el garaje, lo rellenamos, le pusimos “la mecha”, lo encendimos y lo lanzamos contra la pared de la casa. Premio.

Ya tenemos plan y cómo ejecutarlo. No vamos a esperar mucho más. En cuanto amanezca, atacaremos. Ya tenemos todo preparado. Tenemos fuera nuestras mochilas y hemos sacado todos los bidones que hemos podido. También tenemos preparados cócteles con todas las botellas de cristal que hemos encontrado en la casa. Empezaremos lanzando bidones con el tapón abierto para que el líquido se vaya expandiendo. Al alba esto va a parecer Vietnam. Ese es el plan.

miércoles, 3 de marzo de 2010

26 de noviembre de 2009. 5:27 horas.

Tenemos un plan. No es un buen plan, pero tenemos uno.

Son las cinco y media y creo que la casa se mueve, o soy yo, no se. Creo que el corazón se me va a salir del pecho. Parezco el protagonista de Miedo y asco en las Vegas. Me he tomado otros cuatro Redbull. Siete. No se si he hecho bien. Tengo miedo a que si me estoy quieto me de un patatús. Creo que estoy desvariando.

No importa. El plan, si. Tenemos un plan. Salir de aquí, coger un coche y largarnos a toda leche de este pueblo infernal. Parece que estemos en una película de zombis. Si. No. Espera… si. Pero no es una película, esto es la vida real. Puf!, creo que desvarío de nuevo.

Si. El plan. Voy a ceñirme al plan. El plan es lo más importante ahora. Bien Public, tranquilo toma aire, date una vuelta, y luego vuelves y cuentas el plan.

jueves, 4 de febrero de 2010

Diario de Amira, 12 de septiembre de 2009. 01:30 horas

Han pasado muchos días desde que me regalaron este diario. Lo tengo totalmente abandonado. ¿Por qué me regalaría mi hermana este diario? Es la una y media pasadas y no tengo sueño. Llevo días sin poder dormir bien.

Me he pasado todo el fin de semana encerrada en casas. En la mía, y en la de mi amiga. Exceptuando ayer, que salimos a tomar algo a una cafetería. Me tomé tres coca colas, luego dimos un paseo hasta casa. Estamos en septiembre y aún hace un calor de mil demonios. Que ganas tengo de que llegue el invierno y el frío.

Me cuesta mucho escribir. Lo hago en castellano para practicar. Son las dos de la madrugada y solo he escrito dos párrafos. No se qué fin tiene escribir en un diario. Al menos, ahora me entretiene.

Mañana será otro día. Mañana, a trabajar otra vez. Al menos, estaré entretenida otros cinco días.

16 de noviembre de 2009. 19:23 horas

Tengo un rato ahora libre. Se nos ha acabado la gasolina y tenemos que dejar el coche. Hemos intentado llenar el depósito en una gasolinera que había a la entrada de Cabezón, pero no hemos podido. Una cantidad ingente de muertos nos lo ha impedido. Nada mas llegar, han empezado a salir del interior del edificio y nos hemos tenido que marchar.

Hemos pasado Cabezón esquivando coches y parte de los vecinos del pueblo. Lo hemos hecho con más corazón que cabeza. Demasiado rápido. No se cómo no nos hemos matado. Pachuco hace bien muchas cosas, pero conducir en un pueblo lleno de coches y zombis no es lo que mejor hace. Hemos estado a punto de chocar con las casas varias veces. Por lo menos, hemos salido del pueblo.

Vamos por la carretera CA-180, que nos llevará directos a Reinosa; y de allí, a nuestro destino. Sin embargo, para poco más no ha llegado el combustible. Al pasar Ruente, el coche ha empezado a hacer ruidos raros, y pasados un par de kilómetros, el coche se ha parado. Hemos tenido la gran suerte de que esto sucediera en una zona de carretera. Si nos llega a pasar mientras atravesábamos alguna población, lo más probable es estuviésemos muertos.

Esta nueva situación nos planeta una nueva duda. No hay ningún coche a la vista. Tampoco parece haber ningún ser vivo o no muerto. Desde aquí, vemos otro pueblo más adelante. Si no es un pueblo, al menos, el un núcleo de casas. Lo que nos lleva a pensar, que si hay casas, había gente,;y si había gente, ahora hay muertos; o mejor dicho, no muertos.

Es casi de noche. No tenemos dónde caernos muertos. Tenemos que decidir si quedarnos en el coche hasta mañana, o seguir a pie y buscar un refugio mejor. Yo no me quiero mover, aún me duele el tobillo. No creo que andar me convenga. No tiene pinta de haberme hecho un esguince, pero prefiero no arriesgar a tenerlo y fastidiarlo aún más.

martes, 2 de febrero de 2010

Diario de Amira, 27 de mayo de 2009. 23:00 horas

Me llamo Amira Bañuelos. Tengo 27 años y hoy es mi cumpleaños. Mi hermana me ha regalado este diario. Ha estado casi toda la tarde diciéndome que escriba algo y que lo utilice. Así que, eso voy a hacer, al menos para que me deje tranquila.

He estado toda la tarde en casa de mis padres. Hemos celebrado mi cumpleaños en familia después de estar todo el día trabajando. Hoy no he tenido un buen día. Mucho trabajo. Solo ahora tengo un rato para mí. He dado de comer a Albaricoque y me he puesto a escribir un poco. Mañana es jueves, llega el fin de semana, ¡puf! No hay donde divertirse en esta ciudad.

sábado, 30 de enero de 2010

16 de noviembre de 2009. 15:30 horas

Siiiiiiiii. Siiiiii. Ha habido un momento, después de muchos días, he logrado acceder a Internet. Tengo como veinte mensajes de Alberto. Aún siguen vivos. He logrado responder un “vamos para allá, tardaremos varios días, iremos por la carretera de Cabezón hacia Reinosa”. Hemos detenido el coche para no perder la conexión.

Un día de grandes noticias. He aprovechado y he entrar en las redes sociales donde estoy apuntado. Nada, en el caralibro nadie da señales de vida. En la otra tengo varios mensajes de mi amiga. Son de hace varios días. Sigue con vida, al parecer, vienen a España. La deseo mucha suerte. La hará falta.

viernes, 29 de enero de 2010

16 de noviembre de 2009. 15:12 horas

Lo conseguimos, estamos en la autopista de nuevo. Vamos camino de Cabezón de la Sal. Recuerdo que podemos coger desde allí una salida que nos llevará al sur, hacia Reinosa. El camino es mucho más largo y complicado. Es trayecto desde el desvío será a través de carreteras nacionales. Con suerte no nos cruzaremos con nada ni nadie. Ya me da igual encontrarme con alguien con vida o no. Después de ver lo de ayer, prefiero no formar parte de un grupo de humanos descerebrados.

Son las tres y veinte del 16 de noviembre. Lunes. Los lunes, en el trabajo, tenía que hacer unos cuantos informes. No creo que haya nadie pidiéndolos ya, jaja. Creo que se me empieza a ir la cabeza. ¡Ah!, que no lo he dicho. No estoy conduciendo yo. Conduce Pachuco. Y no; no tiene carnet de conducir.

No hay mucho que contar desde ayer, pero bueno, como no tengo otra cosa que hacer, pues me he puesto a escribir cómo salimos de aquel agujero ruinoso, que algún día fue el hogar de alguien. De alguien muerto.

Ha pasado un mes desde que empezó todo. Me parece que nos hemos habituado a ver gente muerta por todas partes. Nuestra vida es una continua película de terror donde nosotros somos los protagonistas. Solo nos queda por saber quién de los dos es el “alivio cómico”, y por lo cual, es prescindible en la trama. A mi parecer, lo llevamos bastante bien. Para ser dos tipos que jamás llegaron a nada en un mundo de vivos, no se nos da tan mal vivir en un mundo de muertos.

A lo que iba, no hubo más misterio que el aprovecharnos del vehículo que teníamos. ¿No es un coche que venden con el que puedes ir al monte como las cabras? Pues nosotros no podíamos ir por carretera.

Después de pasar la noche en vela vigilando que ninguno de los vecinos de barrio fuera a visitarnos, decidimos salir de allí. Al no poder hacerlo a través de la carretera, echamos una mirada a la parte posterior de la casa. El terreno de la casa bajaba hacia otra carretera. Un muro de piedra la separaba. La cuesta, todo hay que decirlo, era bastante empinada. Con un coche normal, con uno como el mío, no hubiéramos podido hacerlo.

Nos montamos y arranqué el coche. No se si he comentado antes, que cuando todo está en silencio, se oye hasta el zumbido de una mosca pasar a diez metros de distancia. Varios de los zombis se giraron y empezaron a acercarse con su lento y torpe caminar. No había problema con ellos, estaban lejos. Para cuando llegaron, nosotros ya estábamos lejos.

Puse la marcha lenta y empecé a bajar. Lo que tienen los coches caros es que hacen cosas que no te esperas, éste debió detectar que estábamos bajando una cuesta muy empinada y automáticamente activó la tracción a las cuatro ruedas. Realmente, la cuesta estaba más empinada de lo que parecía desde arriba. Ahora solo nos quedaba salvar el último obstáculo, el muro.

Nos detuvimos a unos cinco metros de distancia del muro. Aún en cuesta. Le dije a Pachuco que se pusiera en cinturón de seguridad. También yo me lo puse. No hizo falta que dijese mas y se agarró como pudo. Solté el freno de mano y aceleré el coche. Del golpe atravesamos el muro. Destrozamos la parte delantera de nuestro flamante medio de transporte y saltó el airbag del copiloto. Casi nos estrellamos por culpa del maldito airbag. Se llenó todo de un humo blanco raro. A Pachuco le dio en la cara. Seguro que ahora tiene la cara roja debido al golpe, pero no se le nota, tiene la cara totalmente ensangrentada. Por unos instantes, solté el volante y perdí el control del coche, lo que provocó que nos volviéramos a estrellar con el muro del lado contrario de la carretera.

Debimos estar unos diez minutos aturdidos por el golpe. Suficientes para que hubieran aparecido zombis por ambos lados. Aún no estaban cerca, pero se les podía ver perfectamente.

Coloqué el coche de nuevo en la carretera y aceleré. Al pisar el acelerador, un pinchazo me subió desde el pie hasta la cabeza. Me debí torcer el tobillo no se de qué forma al chocar contra el muro. La cosa era que al hacer presión con él, me dolía. Seguimos por esa calle hasta llegar a un puente que cruza el río Besaya. Detrás dejábamos un barrio de bloques de edificios lleno de zombis. Frente a nosotros, un puente, pasado éste, una pista de atletismo.

El puente no estaba limpio de coches. Pensé que podríamos pasar, pero no nos fue posible. Varios coches siniestrados nos impedían el paso. Y como en cada siniestro de este tipo, también estaban sus típicos zombis.

Con un pie inutilizado, no podía andar demasiado bien; lo de correr, estaba descartado. Nos detuvimos a una distancia de unos quince metros. Eso si, llegamos hasta allí haciendo el menor ruido posible. Por suerte, estos no nos vieron ni oyeron llegar. Nos fijamos en uno de los coches. De color blanco con puertas verdes. Si. Era un coche de la Guardia Civil. Si hay un coche de esos, los agentes no andarían lejos. Y esos siempre van armados. En el peor de los casos, en el coche habría armas. Unas armas nos vendrían bien para poder pasar el puente andando. Digo esto como si fuese lo más obvio. Como si nos hubiésemos criado en Texas, con un lápiz en una mano y una pistola en la otra.

Pensamos en una estrategia a seguir, y decidimos una que a mi no me gustó en absoluto. Pachuco, con su barra de acero, se colocaría a la izquierda de la carretera, unos diez metros delante de mí. Yo, a la derecha, con una de las katanas. Con ella golpearía la valla del puente, haciendo ruido para atraer a los zombis. Pachuco, a medida que se acercasen, acabaría con ellos. Yo tenía que golpear ni muy fuerte ni muy flojo. Lo justo para atraer a los más cercanos, y si era posible, de uno en uno. Así, hasta tener libre el acceso al coche que nos interesaba. Pach tenía que acabar, según habíamos contado con cuatro de ellos.

Una vez planeada la estrategia y de quejarme continuamente de un plan que yo no había decidido, y en el que era el postre, salimos fuera y comenzamos. Pachuco es un tipo fuerte. Menos mal. Acabó con tres de ellos de un solo golpe. Al cuarto, lo empujó por la barandilla y calló al río. Gracias a eso, ahora disfrutamos de un olor a cadáver bastante desagradable.

Tuvimos suerte, y el segundo de los muertos en venir, fue el guardia civil que iba en el coche. Un tipo ya entrados en años, con bigote y una floreciente protuberancia abdominal, que indicaba que hacía mucho tiempo que esa persona hizo ejercicio por última vez. Debió haber sido alguien en el cuerpo, porque tenía muchos simbolitos en sus hombreras. De nada le sirvieron en aquel momento. La desaparición de medio cuello indicaba que el pobre infeliz no opuso mucha resistencia. Ni tan siquiera le dio tiempo a desenfundar su arma reglamentaria.

Según me ha contó Pachuco antes, o él se ha vuelto más sádico y golpea más fuerte, o la descomposición empieza a hacer mella en los zombis, haciendo más blandas sus carnes. En cualquier caso, nosotros ganamos, y ellos pierden. Le quitamos la pistola al “sargento Romerales” y fuimos hacia su coche. Estaba abierto. Y efectivamente, entre el asiento del piloto y el copiloto, había una escopeta recortada. También encontramos en la guantera munición para ella y para la pistola. En total, ahora contábamos con una pistola con un cargador lleno, una recortada con una caja de unos doce cartuchos y dos cargadores para la pistola.

Nos intercambiamos las armas, cogí la pistola y Pachuco la recortada. Eso si, no se deshizo de la barra de acero, se la enfundó en el cinturón como si de una espada fuese. Antes de hacerlo, la limpió con un abrigo que encontró en un coche.

Seguimos avanzando lentamente por el puente. Nos quedaban unos treinta metro para pasar al otro lado. Aún había unas siete u ocho de esas cosas. No nos arriesgamos y decidimos dispararlos. Yo que soy muy listo, empecé a disparar diciendo que una pistola haría menos ruido. Además, teníamos más munición. Otra cagada que el contable que lleva mis méritos puede apuntar en el debe. Tres disparos hice, y lo único que conseguí, fue alertar a todos aquellos zombis. Ni rocé al más cercano. El primer disparo, casi hace que se me cayese el arma debido al retroceso. Ahora nos reímos al recordarlo, pero en aquel momento, no nos reíamos tanto. Ambos pensábamos que si eso lo hacía una pistola, cuando Pachuco usase la recortada, ¿qué pasaría?

Me empecé a echar hacia atrás. Retrocedimos a medida que ellos avanzaban. Esa recortada solo tenía la posibilidad de cargar cuatro cartuchos a la vez. Y había que esperar a que estuviesen bien cerca para no errar el tiro. Todos y cada uno de los disparos que hizo Pachuco fueron a una distancia menor a dos metros. Cuando se giró para pedirme más cartuchos tenía la cara como un loco. Toda la cabeza de color rojo, creo que restos de cerebro colgaban de su perilla. Que asco. De todas formas, estaba tan excitado, que no parecía importarle. Yo casi vomito. Para poder recargar la recortada, volvimos a retroceder hasta colocarnos unos cinco metros detrás de nuestro coche. Esperamos de nuevo a que se acercaran los tres que quedaban. Yo aproveché para echarme hacia a atrás y salvar las distancias. En menos de un minuto, el asunto quedó solucionado. La sangre de siete personas bañaba ahora la carretera. Pachuco se sacudió la cabeza, y gotas de sangre se desperdigaron a su alrededor. Menuda estampa. Supongo que hubiera podido ser la foto del mes de la revista “People. In dead”. La versión de la famosa revista en un mundo de muertos.

Libre el puente de zombis, pasamos entre los coches hasta lograr atravesarlo. Necesitábamos otro coche, al ser posible automático. Uno que pudiese conducir alguien que jamás lo hubiera hecho. Con el pie así, me es imposible. Por la zona había más zombis, nos fijamos en uno en particular. Un tipo con traje y corbata que deambulaba solo alrededor de un coche, que nos pareció de gama alta. Me imagino que el tipo en cuestión hubiera podido ser un jefazo de Solvay. La cosa fue rápida, mi amigo acabó con él con un golpe seco en su cabeza. El pobre diablo se desplomó como si lo hubieran desenchufado.

Nos acercamos al coche. Tenía las llaves puestas. Le dije a Pachuco que tendría que ser él quien condujese esta vez. No me puso buena cara, pero no había otra opción. Le expliqué el funcionamiento. Como estábamos prácticamente solos en esa zona, nos metimos en el coche y comimos algo. Aun teníamos provisiones para algunos días. Miré en al guantera a ver si había algún tipo de medicamento que aliviase mi dolor y encontré unas cuantas pastillas de ibuprofeno.

La verdad, es que conducir en un mundo de muertos no tiene ningún misterio, aceleras, frenas y giras. Las señales de tráfico ya no sirven. No hace falta hacer stop, ni mirar a los lados. Y tranquilo, si sale un niño tras un balón, no pasa nada, puedes atropellarlo sin problema alguno. Debí de convencerlo, creo que hasta le ha cogido el gusto a eso de conducir. Enfilamos el coche hacia la autopista, que quedaba a unos cientos de metros de donde estábamos. Así es como llegamos al momento de ahora.

Vaya. Acabo de fijarme en una luz amarilla del cuadro de mandos. Una que tiene el dibujito de un surtidor de gasolina. ¡Puf! A saber desde cuándo lleva encendida. Necesitamos una gasolinera, u otro coche. Otra muesca más en nuestra hoja de servicio.

miércoles, 20 de enero de 2010

15 de noviembre de 2009. 13:48 horas

Seguimos en el mismo sitio que ayer, pero en una situación aún peor. Estuvimos durante largo tiempo discutiendo sobre si debíamos pasar por el túnel que hay a la entrada a Torrelavega o no. Viendo los pros y los contras. Al final, decidimos que no pasaríamos. La entrada a Torrelavega está colapsada, llena de coches, muchos accidentados, pero lo peor de todo es que hay muertos rondando por allí. Necesitamos una ruta alternativa. Hay otras dos opciones. Una de ellas es meternos en Torrelavega, rodearla; bueno, mas bien subir por Sierrapando y coger de nuevo la autopista por allí. La otra es seguir hacia Cabezón de la Sal, y más adelante, buscar una ruta alternativa. Esta segunda alternativa nos desvía totalmente de nuestro destino, esa autopista lleva al oeste, hacia Asturias, mientras que la que debemos seguir va al sur.

Decidimos coger la ruta hacia Cabezón, seguir por la autopista y evitar lo posible toda zona urbana. No se qué hora sería, supongo que la hora de comer, porque las tripas empezaron ha quejarse de la falta de comida cuando vimos pasar una ranchera con cuatro personas, dos iban delante, y otros dos iban detrás, de pie en la parte de descubierta. Iban armados. Montando un escándalo de narices y disparando contra todo lo que se movía.

En esto se toparon con que la carretera estaba cortada y empezaron a aparecer zombis. Con el coche parado, los que iban en la parte de atrás, empezaron a pegar tiros a todos los que aparecieron.

Nosotros estamos en una casita algo apartada, tiene un terreno de césped que la rodea, y en la parte delantera, hay que subir una pequeña cuesta de unos doscientos metros hasta llegar al la casa. Así que, teníamos una vista privilegiada de la escena.

Debajo, a ambos lados de la carretera hay casas, algunas unifamiliares. Cerca hay ya edificaciones con edificios de cinco pisos. Al llegar nosotros, no vimos movimiento en esa zona. Con lo que teníamos pensado coger ese camino hasta llegar de nuevo a la autopista.

Pero siguiendo con los iluminados esos. En un principio, solo salieron no muertos de las casas más cercanas al vehículo. Debieron de alertarlos con el ruido de los disparos y la música a todo volumen. Unos ocho o diez en un principio. A la velocidad a la que se movieron, no tuvieron ningún problema, las dos personas que estaban en la parte trasera en acabar con ellos. Aunque también pudimos ver cómo los que iban sentados delante no se privaban de disparar, aunque no fuese necesario.

Eso fue lo que primero nos hizo recapacitar y pensar en que lo mejor sería dejarlos en paz y que no supiesen de nosotros. Tenían pinta de cuatro descerebrados con armas. Justo lo que nos faltaba.

Ya sabemos que cuando las cosas van mal, siempre pueden ir a peor. Y de hecho, suele ser así. A esos cuatro idiotas les pasó justo eso mismo. De la esquina de uno de los edificios de cinco plantas que había a unos cuantos metros de su coche, empezaron a aparecer zombis. Aquello parecía una procesión. Como si toda aquella barriada fuera a recibirlos.

No hubo problemas con los primeros, pero no paraban de salir. Empezaron a disparar los cuatro. Se los notaba nerviosos. Se gritaban entre ellos. Ya no hacían disparos a la cabeza, disparaban a bulto, con lo que desperdiciaban balas. De los cuatro, solo dos iban con fusiles. No se de dónde los sacarían, pero cambiaron de cargador unas dos o tres veces. Los que tenían pistolas, dejaron de disparar a los pocos minutos, se cerraron en la parte delantera e intentaron dar media vuelta al coche. Pero era demasiado tarde, ya estaban rodeados por no menos de cuarenta o cincuenta de aquellas cosas.

Cogieron a uno de los de la parte trasera y lo tiraron al suelo. No volvimos a verlo. Cuando su amigo se dio cuenta que no tenía salida, dejó de apuntar a los zombis, para hacerlo a sí mismo y disparó. Un chorro de sangre salió hacia el cielo manchando todo al su alrededor.

Todo esto lo veíamos desde la pequeña casa, escondidos. Sin hacer nada de ruido. Sin decir palabra. Sin quitar la mirada.

El conductor intentó avanzar, pero no pudo, la aglomeración de muertos le impidió continuar y quedó atrapado y los golpes en las ventanillas terminaron por ceder. Después de eso, el único sonido más algo que el de los zombis fueron los gritos de los dos ocupantes.

Hemos pasado prácticamente la noche en vela. Vigilando sus movimientos. Gracia a esos idiotas, tenemos el camino bloqueado. También, gracias a ellos, no hemos sido nosotros los que ahora estamos ahí abajo encerrados en un vehículo gimiendo, muertos, pero con vida. Atrapados para siempre en el asiento delantero de un coche.

martes, 5 de enero de 2010

14 de noviembre de 2009. 07:35 horas

“Estoy en el Decatlón. En el Centro Comercial del Alisal. Estoy rebuscando ropa para pasar el invierno. He entrado aún sin saber si habría algún zombi en su interior. No se porqué voy a ir a casa. De repente, estoy en el salón de mi casa. La habitación de mi hermano está cerrada, también la mía. Agarro el pomo de la puerta de mi habitación y la abro. Dentro están mis padres. Mi padre, está agachado mordiendo una de las piernas de mi madre, cuando se gira y me ve. Al verme, se levanta y viene hacia mí con la cara ensangrentada mientras estira los brazos para agarrarme. Antes de que se acerque lo apunto con mi recortada y disparo. Mi padre acaba con un agujero en la cabeza y sentado en la silla que usaba cuando estaba delante del ordenador. Me acerco, giro la silla y lo saco fuera. Voy a dejar su cuerpo en la habitación de mi hermano. Al entrar, veo lo que queda de mi hermano tirado en el suelo. Sin inmutarme, meto la silla y la empujo, con lo que, quien fue mi progenitor, cae al suelo. Cierro la puerta y arrastro al silla de nuevo frente al ordenador y me pongo a mirar cosas por Internet”.

Ese nivel de detalle tienen mis sueños. Llevo despierto desde las cinco de la mañana. Hace un frío que pela en esta casa en la que estamos. Pachuco duerme. Ha estado despierto desde las once de la noche haciendo guardia hasta las cinco que me despertó. Justo cuando estaba “mirando cosas en Internet”.

Estamos en una típica casa cántabra, abandonada hace años ya. Solo es usada como gallinero y pequeño almacén. Parte del techo no existe, con lo que hubiésemos dormido casi a la intemperie de no haber una habitación en la que nos hemos podido resguardar. La casa está totalmente abandonada. Hay una mesa de madera y unas cuantas sillas podridas. También hay sacos de pienso, cubos y algo de utillaje. Cosas necesarias para dar de comer a las gallinas que había fuera supongo. Pachuco duerme en la esquina donde he estado durmiendo yo hasta hace una media hora. Tapados con la ropa que tenemos solamente. Hacía mucho tiempo que no pasaba tanto frío. Tengo puesto un abrigo, bufanda, guantes y un gorro de la nieve que cogí prestado. Pachuco también tiene otro par de lo mismo que yo. El cogió el gorro de papa, a mi me tocó el de mama. No importa que sea colorido, quita el frío, que es lo importante. Además, creo que este invierno se lleva la ropa que no conjunta. También he cambiado de calzado. Al entrar al coche, me fijé que en el garaje tenía ropa de montaña. Me fijé en sus botas y me servían. Este calzado es mucho mejor que las zapatillas que llevaba puestas. He desayunado una lata de aún en escabeche y una de anchoas regadas con agua de grifo. Eso si, con el frío, el aceite de las anchoas se ha quedado solidificado. Han sido las peores anchoas de mi vida.

Ayer nos levantamos temprano, pero entre unas cosas y otras, nos dio la hora de comer. Así que, sobre las tres y algo estábamos sentados en el coche con la puerta del garaje abierta listo a salir. Ahí seguía Bucle y los Incansables en su concierto eterno de metal.

El que arrancase el coche los debió de animar, porque empezaron a golpear más fuerte. Creo incluso, que se unieron el resto al concierto. Quité el freno de mano hice el amago de apretar el embrague para meter la marcha, pero me encontré con que no podía. Fue cuando volví a darme cuenta de que tenía en mis manos un coche automático. Estaba en posición “P”. Supongo que sea de parada. Al menos, así lo encontré y así lo dejé anoche. Como no sabía cómo iba, puse la palanquita en la posición siguiente, la “R”. Aceleré un poco y el coche se fue hacia atrás. Al parecer, para moverse despacio hay que poner la posición “N” y para conducir normal, la “D”.

Una vez aprendida la lección de conducción, giramos y nos pusimos en dirección a la valla. Nos habíamos acercado para comprobar la consistencia de la misma. Incluso, el día anterior, Pachuco había estado excavando en el suelo para intentar sacar unos de los postes y poder salir con mayor facilidad, pero solo consiguió hacer un agujero. Probamos a salir por esa parte, ya que nos pareció la más debilitada, igual de un golpe, se caía y podríamos seguir sin problemas.

Primero lo intenté despacio. Pensaba que el coche, con lo que pesa y la potencia que tiene, podría echarla abajo sin problemas, pero no, solo se dobló el poste y quedó de tal forma que el coche no pasaba. La solución fue como en las películas. Nos alejamos todo lo que pudimos y aceleré al máximo. Pasó sin problemas, después fuimos dando tumbos por el prado hasta que logré detener el coche. Menuda salida que tiene. Menudo traqueteo. Si hasta me di un golpe en la cabeza y todo con el techo del coche al dar un bote. Como pude, llegué a la carretera. Pudimos seguir con nuestro camino.

Una vez en la carretera, la seguí, guiándome de mi intuición; o sea, sin tener ni idea de a dónde nos dirigíamos. Lo único que sabía es que la autopista estaba en algún punto a nuestra derecha. Llevamos buen ritmo durante unos cinco minutos cuando llegamos a un cruce. Teníamos que decidir si seguir recto o girar a la derecha. Nos daba igual, en ambas direcciones se veían casas. Y casas significaba, o gente, o muertos. La gente no nos importaba, los muertos si. De hecho, casi deseábamos encontrarnos con alguien. Hacía un mes que no nos cruzábamos con nadie. Al final decidimos intentar coger de nuevo a autopista y giramos a la derecha. No se si fue la mejor elección o no, jamás lo sabré.

Sin saberlo, nos metimos en una serie de urbanizaciones seguidas de chaletes adosados. En un principio, no vimos señales de vida, apenas había coches en la carretera, y los que veíamos, estaban perfectamente aparcados. Lo peor fue al girar en una de las calles. Lo que vimos, será una de esas cosas que no lograré sacar de mi cabeza jamás. Paré el coche en seco. Delante nuestro había unas cincuenta personas devorando los cuerpos de otros tantos. En la calle estaban los coches con las puertas abiertas. Había sangre por todas partes. Vimos una señora mayor, que se giró al vernos con el cuerpo de un bebé en los brazos comiéndose sus entrañas. En el festín había familias enteras, vecinos que se comían los unos a los otros. Todos dejaron su ya fría comida para dirigirse hacia nosotros. Di marcha atrás como pude y salí de la calle y nos metimos por otra. Lo hice sin pensar y sin fijarme a dónde iba hasta que me di cuenta que me había metido en una calle sin salida. Un muro cortaba esa calle. Para entonces, ya había tres o cuatro de esas cosas bloqueándonos la salida.

Giré el coche. Eso me llevó no menos de tres maniobras. Íbamos en un coche grande y no había mucho espacio para girar. Al terminar ya había unos quince o veinte que se acercaban por paso pesado, pero constante. En los momentos difíciles es cuando puedes quedarte bloqueado. Por suerte, no me pasó a mí. Sin pensarlo pisé a fondo el acelerador, y en los treinta metros que nos separaba, ya íbamos a unos 90 kilómetros por hora. A medida que nos acercábamos empezamos a gritar. Cogí el volante con toda la fuerza que pude para mantenerlo recto. Desviarse y chocarse con algo sería fatal. Pararse sería morir. Y nada iba a matarme. Ahora lo pienso y dibujo una pequeña sonrisa, pero durante unos cincuenta metros llevamos arrastrando al primer muerto que atropellé. Debió quedarse encajonado en la parte frontal. No paraba de mover la cabeza y los brazos intentando cogernos mientras atropellamos a quienes, hasta hace poco, habían sido sus queridos vecinos. Salimos de allí gracias a la potencia del coche en el que íbamos. Creo que si hubiésemos ido con otro, no hubiésemos podido salir de allí. Nos habíamos quedado bloqueados entre tanto cadáver andante. Desde aquí veo el capó del coche y lo tenemos todo destrozado. La defensa no existe y solo nos funciona la luz izquierda de carretera.

No fue el único grupo de zombis que vimos en esa urbanización, había varios, grupos de personas en calles paralelas a la nuestra. Casi al salir de la urbanización nos topamos con otro grupo de diez o doce. Creo que fue allí donde perdimos la defensa. Ni me molesté en ir despacito y apartarlos poco a poco. Tenía el corazón que se me salía del pecho.

Dice Pachuco que oyó voces pidiendo ayuda, pero yo estaba mas preocupado por salir de allí que de si quedaba alguien con vida. Si era así, ya lo siento, pero no iba a arriesgar mi vida deteniéndome allí para intentar salvar la vida de otro.

Así fue como llegamos a la autopista de nuevo. No hubo novedad, y a la altura de Barreda nos detuvimos. Una gran cola de coches, en un interminable atasco nos impedía el paso. Había coches en ambos sentidos. Una columna de humo se veía desde lejos. Pudiera ser un accidente que colapsara la entrada, o salida, de Torrelavega. No lo sabemos.

Retrocedimos unos metros y cogimos una de las salidas. Fuimos despacio, procurando hacer el menor ruido posible, ya que, a partir de aquí, hay casas por todas partes y no sabíamos si pudiera haber alguien suelto.

Decidimos meternos en un prado y alojarnos en una casa que parecía abandonada. Dejamos el coche a unos quince metros de la casa. La casa estaba en ruinas prácticamente, así que, pensamos que estaría abandonada. A medida que nos acercamos, vimos algo que salía de la casa corriendo en dirección opuesta a nosotros. Creo que fue un gato. Que asustado salió corriendo a salvar su vida. A la derecha de la casa, había un pequeño corral. Todas las gallinas estaban muertas, comidas a mordiscos, todas excepto dos, que se movían de forma extraña. Nos acercamos a ver mejor. Horrible, no solo los humanos se pueden convertir en zombis, los animales también. Las gallinas se lanzaron sobre nosotros como poseídas. Estaban ensangrentadas. Menos mal que estaban encerradas en una jaula, si no, nos hubieran picoteado y hubiera sido nuestro fin.

Fue cuando oímos ese sonido gutural que ya conocíamos bien. Venía de dentro de la casa. Corriendo fuimos al coche y cogimos la barra de acero y las katanas. Habíamos salido sin ellas del coche. Un error que podía habernos costado la vida. Otra vez. Demasiados errores en un momento. Al llegar al coche y coger las cosas, uno de ellos salió de la casa. Tenía toda la pinta de haber sido el dueño de las gallinas muertas y del gato que salió corriendo. Debimos alertarlo al llegar. Ahora lo pienso y me alegro de haberlo hecho. Pudimos no habernos enterado de que estaba ahí hasta ser demasiado tarde.

Lo atrajimos hacia nosotros, lejos del coche y la casa. Ellos se mueven lenta y torpemente y puedes escapar de ellos sin problemas corriendo. Su ventaja es que, parece ser, ellos no se cansan. Cuando estuvimos a una distancia prudencial, cogimos una rama de un árbol de unos tres metros que había en el suelo y lo derribamos. Desde lejos, sostuve esa rama, haciendo fuerza para que no se levantara, mientras Pach se acercó rodeándolo hasta llegar a su cabeza. Lo golpeó con la barra hasta que dejó de moverse. Allí lo dejamos. Con unos trapos limpiamos la barra.

Decidimos hacer guardias. Yo dormí primero. Al parecer no ha habido ningún problema. En el rato que llevo despierto, no he oído ningún ruido, solo el ruido de este ordenador en el que escribo.

Cuando despierte, decidiremos la ruta a seguir para atravesar Torrelavega y continuar nuestro camino.