Viernes. Llamaría a Eneko para ir a tomar algo, pero no responde. He apagado el teléfono móvil porque apenas me queda batería. Lo encenderé de vez en cuando por si recibo algún mensaje. Como hay electricidad, Pachuco tiene el suyo encendido. No debía haber aceptado el Samsung que me ofreció Movistar. No me querían dar el Nokia que yo quería. Ahora tendría un cargador y la batería llena.
Llevo un día y pico encerrado en casa. Tenemos todas las persianas bajadas, pero no del todo. De forma que podemos mirar a través de los huecos que deja. Por suerte, los padres de este hicieron la compra hace dos días y tenemos comida de sobra. Podremos aguantar aquí unos días.
De momento todo funciona. Electricidad, gas y teléfono funcionan. Hace unas horas, las cadenas de televisión empezaron a poner la carta de ajuste. Ahora se que solo tienen programado de forma automática una cuarenta y ocho horas. Hoy he visto el telediario menos alarmista de toda mi vida. Una mesa vacía durante media hora. No se han molestado en cambiar el plano. El telediario mas emocionante ha sido el de Telecinco, cuando ha salido J.J. Santos. No se le veía tan enérgico como otras veces. La verdad, es que andaba un poco como perdido. Con la cara manchada de rojo, un brazo colocado en una posición imposible, y con medio cuello desaparecido. Ha salido en el plano, ha dado una vuelta a la mesa, se ha quedado como gilipollas mirando una pared, y se ha marchado por el otro lado. Creo que ha dicho algo de fútbol, pero no le hemos escuchado. Nos ha empezado a dar la risa… Que mal me cayó siempre este tío. Y eso que no me gusta el fútbol.
La verdad, es que no se porqué sigo escribiendo en este blog. Seguramente no lo va a leer nadie. Lo haré como vía de escape. Para que no se me vaya la pinza. Y mas que nada, porque me apetece contar cómo me fue hace dos días, y cómo llegué hasta aquí.
Al final, el miércoles salí de allí como a las siete y media. Después de escribir la última entrada y de apagar el ordenador, me entró un ataque de miedo bastante importante. Me temblaba todo el cuerpo. Parecía que estaba bajo cero de cómo me temblaban las manos. Tuve que pasarme por el baño dos veces de los nervios. Bajé y subí desde la puerta hasta el segundo piso dos veces porque me pareció oír a alguien gemir justo detrás de la puerta. Así que, subí a la segunda planta, levanté la persiana, abrí la ventana y no vi nadie. Ya empezaba a estar paranoico. Miré bien a ambos lados. No vi a nadie. Solo había en la rotonda, pero lo podía conseguir. Ellos tendrían que saltar la barandilla y el muro que separa la rotonda de la carretera que da a la puerta. Pero no creo que puedan, llevo observando un buen rato y no parecen muy ágiles. Ni muy listos tampoco. He visto a uno que llevaba toda la tarde dándose contra una señal de tráfico y no se le ha ocurrido girar o esquivarla para poder continuar.
La cosa es que cerré la ventana de nuevo y bajé a todo correr. Dije adiós a Tecla, que es la araña que tenemos en las escaleras, y abrí la puerta despacio. Mirando a medida que se iba abriendo. Cuando tuve el hueco justo de pasar, salí a la calle. Cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido y eché a correr al coche.
Aunque tengo mando a distancia, preferí no utilizarlo, llegué al coche y apreté el botón de apertura. Eso hizo ruido. No os podéis imaginar el ruido que hacen las cosas cuando todo está en silencio. Mi coche no es especialmente ruidoso a la hora de abrir las puertas. Pero hoy parecía como si estuviese en Las Fallas. Me metí rápidamente y pulsé el botón de bloquear las puertas. Que bien hice en comprarme un coche con llave inteligente. Pisé el freno, giré y arranqué el coche. Había tres de ellos cuando eché el coche marcha atrás para incorporarme a la carretera, tenían con los brazos estirados y gritando, o gimiendo. No se, no los oía bien dentro del coche. Lo que pensaba. No podían salir de ahí, estaban andando hacia delante, pero como no podían, iban desplazándose poco a poco. Unos cincuenta metro tiene esa barandilla; y la carretera donde estoy está cuesta arriba y se une a la carretera donde están ellos, pero para cuando eso ocurrió, yo ya no estaba allí. Lo que si logré ver, fue a un niño, o una niña, no lo se, que consiguió atravesar al barandilla. Al ser más pequeña, literalmente se tiró. No pareció hacerse mucho, porque empezó a seguirme. Los dejé atrás.
En los escasos doscientos metros que hay desde donde tenía el coche hasta la gasolinera estuve pensando en echar o no gasolina. Al final decidí no hacerlo. No quería arriesgarme. Aún tengo medio depósito y eso me da para unos 250 kilómetros. No es mucho, pero menos da una piedra. Para llegar hasta aquí, me sobra.
Hice lo que pensé. No me metí en la autopista y fui por la carretera paralela. A medida que avanzaba veía que no estaba bloqueado el camino, pero como era ya prácticamente de noche, tampoco es que viese a mucha distancia. Seguí avanzado, y cuando estaba ya a punto de llegar al final de las naves. A la altura donde está Porcelanosa, había coches bloqueando el camino. No podía seguir. Lo vi a tiempo y giré a la derecha y me metí dentro del polígono industrial. De momento no había visto a nadie. No iba muy rápido para no hacer mucho ruido. Al parecer, el ruido los atrae. Normal, si estás tranquilamente en casa y oyes un ruido de la leche, pues te asomas a ver quién perturba tu silencio. Me imagino que los zombis harán lo mismo.
La cosa es que al meterme ya por las calles del polígono, que a decir verdad, no son muchas, al girar y entrar en una nueva calle, me topé de frente con cinco de ellos. Algunos iban vestidos con ropa de trabajo. A los pobres diablos les debió coger mientras trabajaban. Seguramente, alguno fue a trabajar cuando debió quedarse en casa de baja. Debió morir en el trabajo, y el resto ya os lo podréis imaginar.
Durante un momento se me ocurrió acelerar y salir pitando. Pero no lo hice. No se qué pasa cuando atropellas a alguien de frente, lo mismo pierdo el control del coche y me estrello, o del golpe salta el airbag y me estrello igualmente. O directamente, me quedo sin coche. ¡Coño!, que no he terminado de pagarlo. Como parece que si no te tocan son casi inofensivos, lo que hice fue poner primera e ir poco a poco. Así, no los arrollaría, y si se ponían delante, podrían apartarse ellos mismo. O como poco, echarlos a un lado suavemente. Que bonito el todo en la teoría. Cuando los tenía ya encima, empezaron a volverse como locos, golpeando las ventanillas. Tenía a dos en mi lado, y a tres en la ventana del copiloto. Me asusté, creo que me salió el corazón por la boca. Casi ni los venía, porque habían manchado los cristales de sangre de tanto golpearlos. Aceleré, metí segunda y luego tercera. Los dejé atrás y llegué al final de la calle. Hay un hotel NH, y dentro de las verjas había más seres.
Dejé el hotel a al izquierda y seguí todo recto hasta llegar a los nuevos edificios que se construyeron alrededor del El Corte Inglés. Ahí la cosa no mejoró. Había muchos de ellos. Por la carretera, por el pequeño parque que construyeron donde antes había una iglesia. Por todas partes. Para más INRI la carretera estaba bloqueada y no podía continuar tampoco por ahí. Eso me hizo tener que coger una ruta alternativa y pasar justo delante del centro comercial. Donde seguramente, también la carretera estuviera bloqueada, y además, habría más zombis.
Hice la misma jugada de antes, pero esta vez, más deprisa. De esta forma, solo les daba tiempo a darme un golpe en el coche. Pero claro, había muchos. Y eran muchos golpes.
Soy un poco maniático y me tuve que abrochar el cinturón de seguridad en el peor momento, el coche no hacía más que llorar con que me lo abrochara. Que pesado. Llegué a la calle principal de esa zona. Hay una pequeña rotonda para distribuir un poco el tráfico, y a unos metros, y una parada de autobús a cada uno de los sentidos de la calle. Tengo una suerte que no me merezco, en serio. Por allí, pasan los autobuses cada media hora. Eso como poco. Pues bien. Había dos, no uno, si no dos, y bloqueando la calle.
Las aceras que construyó El Corte Inglés son muy anchas, cabía mi coche perfectamente. Pues nada. Mientras mis nuevos amigos me animaban dando golpes es la luna trasera, subí a la acera. Mi idea era ir al final de la calle, girar a la derecha y seguir por el mismo camino que dejé antes. No pude. Había varios coches en lo que había sido un atasco. Ahora solo era algo que me impedía seguir. Las puertas abiertas, restos de gente esparcidos por el suelo. Y, como no, algunos de ellos viniendo hacia mi.
En lugar de girar a la derecha, tuve que hacerlo a la izquierda. También había coches, pero los pude esquivar sin problema. Me metí entre los nuevos edificios que hicieron allí. Dentro había un pequeño parque, con columpios y todo. Pues por ahí me metí. Desde ahí podía enlazar con la carretera que me interesaba. Al menos pude ir hasta el fondo, casi a pocos metros del puente que pasaba sobre las vías. En ese parque me pasó algo que no acabo de quitarme de la cabeza, y hace que me entren escalofríos. En un momento que miré por el espejo retrovisor, y donde pude acelerar un poco para dejar atrás a toda esa gente que me seguía, oí un crujido, miré a los lados pensando que había golpeado a alguien. Pero no había nadie. Seguí mirando por el espejo y a medida que avanzaba vi alguien tirado en el suelo, con… bueno, sin…, joder, lo había aplastado la cabeza. Un rastro de sangre podía guiar a cualquiera hacia mí. No tenía pinta de tener más de diez años.
Desde ahí hasta casa de este no tuve mayores problemas. La gente que pudo intentaba salir de la ciudad, así que, la parte del camino que yo utilizaba estaba prácticamente vacía.
Ya no veía que me siguiera nadie una vez que bajé el puente. Por la zona en la que me metí, apenas está construida. De hecho, ahí iban a hacer pisos de protección oficial. Bueno, ahora eso ya no le importa a nadie. Si lo que pasa aquí, ha pasado en el resto del mundo, seguro que los que quedamos con vida no vamos a tener problemas encontrar casa. Y seguro que ha pasado lo mismo.
Bueno, que me distraigo. Me estaba acercando al barrio donde vive Pachuco. Y aunque en el Primero de Mayo, no pude seguir el camino, digamos, legal. Nadie me puso una multa por tener que coger el carril contrario para llegar hasta la entrada de su barrio. Llamé por teléfono desde el coche para que me abriese la puerta del portal. No me apetecía estar esperando ni encerrado en el coche, ni en el portal. Al parecer las conexiones ya no estaban saturadas. Me cogió el teléfono y le dije que en cuanto estuviese al llegar pitaría, cuando me oyese, fuese rápido a descolgar el teléfono y cuando me oyese decir que abriese, que abrirse la puerta.
Justo. En la calle no había ni un alma. Sin embargo, si había gente en los balcones y ventanas que estaban abiertas o con las ventanas rotas. El suelo estaba lleno de cristales. Me acerqué, ni rápido ni despacio. Como suelo entrar por allí. Oí unos cristales caer. Parece que me daban la bienvenida. Toqué el claxon y a los tres segundos apagué el motor, puse el freno de mano y salí del coche. Del coche a la entrada del portal hay unos diez metros; si llega. Me giré como por instinto. Una persona calló de uno de los edificios de enfrente. Y después otra. Y luego otra. Solo una de ellas volvió a levantarse, pero la pobre infeliz estaba tan mal que cuando se levantó, volvió a caer. Después de eso, solo pudo arrastrarse. A los otros dos los puedo ver desde el salón. Se destrozaron la cabeza. Por suerte la que quedó con vida, por decir algo, se ha quedado atascada en los arbustos que hay frente al portal. A un par de metros de mi coche. Sabemos que está ahí, no porque la veamos, si no porque los matorrales esos se mueven.
No hemos oído, ni visto a nadie mas caer de sus casas. Sin embargo, si los vemos desde la ventana de vez en cuando asomarse por ellas. O salir a los balcones que dejaron abiertos.
No tengo esperanzas de volver a ver a nadie de mi familia con vida. Tampoco Pach. ¡Puf!, joder, Eneko trabajaba en El Corte Inglés. Igual era uno de los que me estuvo siguiendo. Si le pilló mientras estaba en su “despacho”, lo tiene muy, pero que muy jodido. Del resto de la gente que me rodea no se nada.
Me llama este, tengo que dejar de escribir por ahora. Este año le regalé el libro de Guía de Supervivencia Zombis. Así que, lo estamos mirando. Joder, somos dos putos frikis. Cada vez que pienso en ello. ¡Coño!, ese libro es ficción. No es real. Cómo le vamos a hacer caso. Pero nada. Este se ha empeñado. Total, no hay nada mejor que hacer. La verdad, es que es mejor leer el libro ese a ponerse a ver alguna película que ya haya visto.