miércoles, 11 de noviembre de 2009

27 de octubre de 2009. 20:41 horas

Llevamos aquí casi cuatro días encerrados. Ha habido algún fin de semana que me lo he pasado encerrado en casa sin salir a la calle, pero al menos, abría la ventana, miraba la calle, respiraba aire de fuera. Había ruido. Vida. Empiezo a tener mono de calle.

Para pasar las horas muertas no hacemos otra cosa que ver películas. Alguna serie. Hemos visto la serie de the It Crowd entera. No son muchos capítulos, seis por temporada. Tres temporadas. Veinte minutos cada capítulo. Os voy a ahorrar hacer el cálculo. Trescientos sesenta minutos. Seis horas. Vamos, una tarde.

Tenemos que poner el volumen de la televisión bajo. No estamos “solos” en el edificio. Mientras veíamos La Jungla 4.0, a todo volumen, han empezado a dar golpes en la pared del salón. Y no era porque a los vecinos les molestase el ruido precisamente. Así que, el volumen bajito. Arriba tiene pinta de que la cosa es similar. Menos mal que las puertas de los pisos están cerradas. Y espero que con llave. Lo último que nos interesa es que haya zombis por las escaleras, y mucho menos, que estén aporreando la puerta. No me apetece tener que salir de ahí saltando una ventana. Que aunque es un primer piso, hay altura. Además, no tengo yo cuerpo de atleta. Y Pachuco menos.

Como era de esperar, no hemos leído nada del libro. Lo tenemos encima de la mesa. Lo hemos abierto, pero nos ha dado pereza y lo hemos dejado para más tarde. Es como lo de dejar de fumar, que dices que lo vas a dejar, pero que nunca lo dejas. Menos mal que a ninguno de los dos nos da por chupar esos palitos de cáncer. ¡Ja!, seguro que en algún momento se te acaban. A ver cómo lo haces para bajar al estanco a por más.

De comida vamos bien. No es que tengamos para un mes, pero nos dará para un par de semanas. Tenemos que pensar qué hacer con nuestras vidas. Si queremos echarlas a perder, como hasta ahora, o hacer algo y salvar nuestro culo. No le he preguntado a este, pero creo que pensará como yo, y optará por salvarlo.

Creo que soy una persona que se adapta bastante bien a las nuevas situaciones. Será porque no echo de menos ninguna de las comodidades de la vida moderna. Espero que no se vaya la luz. Porque me puede dar algo. Al menos al principio. Pregunté si había velas en casa. Hemos encontrado dos. De puta madre, dos velas por si se va la luz. A ver qué hacemos. No tenemos ni una triste baraja. Solo el juego de mesa de la película El ejército de las tinieblas que nunca me ha dejado tocar Pach. Joder, ni siquiera ha jugado una sola vez con él. Seguro que ni lo ha abierto.

No le he preguntado cómo lo está llevando. Quizás debiera. Hablar de la maldita situación en serio. Supongo que aún no nos hacemos a la idea de la situación actual. Mientras estábamos viendo una película, se ha levantado y se ha quedado un buen rato en su habitación. No creo que haya venido a hablar con nadie por el Messenger, porque le pregunté antes si había visto a alguien, y me dijo que no. Ni por Messenger, ni por Facebook. Tampoco ningún correo. Mira que me dijo que me apuntase al “caralibro” ese, pero nunca lo hice. No todo van a ser malas noticias. He mirado en la página esa donde estoy apuntado yo, y he recibido un mensaje de la chica que conocí. Solo dos mensajes. “He oído disparos”, y “tengo que marcharme”. Los escribió ayer. He respondido contándola a todo correr la situación que estamos viviendo aquí. Y de paso, la he dado cómo contactar conmigo. Mi móvil, el de Pachucho, el teléfono de Pachuco, mi dirección de correo, la de Pachuco. Joder, solo me ha faltado darla la dirección postal.

Por suerte, el padre de Pachuco se dejó el teléfono móvil en casa. Se lo he expropiado. No creo que ya le vaya a hacer falta. A saber qué habrá sido de él. Salió a pescar de madrugada. Fin. No sabemos más. A lo que iba. Su teléfono es Nokia. He cambiado la tarjeta. Ahora tengo un teléfono sin tanta chorrada de esa táctil, pero más robusto. Hace fotos, eso si.

Hoy, ni me he acercado a ninguna ventana. No se qué pasa en el exterior, paso. Pero seguro que le maldito matorral sigue moviéndose. Que fijación tienen con las cosas. El de la pared estuvo siete horas, siete, dando golpes a la pared hasta que se cansó. O se le desgastó la mano, o se la rompió. Casi nos vuelve locos. Menos mal que las paredes son de ladrillo, y no de pladur, como las de un amigo. Porque si no, hubiésemos tenido un problema muy grave.

Es hora de ir preparando la cena. De esta noche no pasa. Tenemos que echar un ojo a ese libro, e idear un plan de qué hacer. No podemos pasarnos aquí toda la vida. Además, solo tenemos alimentos para unos días.

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