miércoles, 24 de marzo de 2010

25 de noviembre de 2009. 22:36 horas. (Parte 2)

El pasillo estaba oscuro, la primera puerta estaba abierta, y desde ella se iluminaba el pasillo. Sin embargo, la segunda habitación, estaba cerrada y apenas se veía nada una vez se sobrepasaba la primera habitación. No había electricidad y no teníamos linterna. Teníamos que ir abriendo puertas para iluminar el pasillo.

Nos quedamos quietos nada mas subir, intentado escuchar de dónde procedían los ruidos. Al parecer, no desde la primera habitación. Pachuco iba delante y yo detrás. Echó una rápida mirada dentro de la habitación y no vio nada. Entró dentro y yo detrás de él. Nada, vacía. Era la habitación de la niña.

Salimos de la habitación y nos dirigimos a la siguiente, tenía la puerta cerrada y se oían ruidos detrás de su puerta. Nos acercamos con sigilo y nos colocamos frente a ella. Habíamos avanzado hasta el final de ese trocito de pasillo y nos colocábamos en el siguiente tramo. Me agaché y agarré el pomo de la puerta. Pachuco apuntaba. Abrí la puerta, pero Pachuco, desde su posición no podía ver el interior. La puerta estaba colocada en la esquina de la habitación. Sin embargo, yo sí veía su interior. Un anciano estaba tirado en el suelo boca arriba. El abdomen abierto y las tripas que no se comieron estaban esparcidas a su alrededor. Un olor a podrido inundaba la habitación e hizo que tuviera que alejarme un poco y girar la cabeza el tiempo suficiente para coger aire y decirle a Pachuco que había uno ahí dentro. Justo en el momento en el que me volvía a girar para apuntarle y disparar, apareció por la puerta la que debió de ser la pareja del viejo que estaba tendido en el suelo. Del brazo y antebrazo izquierdo solo quedaba el hueso, no podía levantar ese brazo por la ausencia de músculos en él. Se acercaba gruñendo, toda manchada de sangre, mirándome con esos ojos lechosos. Un hilillo de sangre la caía de la boca. Un ruido ensordecedor hizo que su cabeza y parte del torso desapareciera, desplazando su cuerpo hasta el fondo de la habitación sin tocar el suelo y esparciendo sus restos por toda la habitación.

Casi me quedo sordo. Y por un momento me quedé aturdido. Pachuco soltó una carcajada. Al parecer, le pareció gracioso. No se, de haberlo visto, igual a mi también me lo hubiese parecido. La cosa es que se quedó mirándola durante unos segundos, inmóvil mientras yo me levantaba. Me disponía a entrar, cuando, no se si debido a la concentración de ir habitación en habitación, o porque el ruido del disparo de la recortada me había dejado medio sordo, o por qué, no nos dimos cuenta de que otro había venido del fondo del pasillo y había cogido a Pachuco por detrás.

Se giró bruscamente. Mis ojos no estaba habituados aún a la oscuridad y solo lo vi moverse, girarse y dar golpes contra la pared con su espalda, mientras gritaba “tengo a uno detrás. Me ha mordido, me ha mordido”.

Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo, dejándome paralizado. No supe reaccionar. Pachuco siguió girando sobre sí mismo y golpeando la espalda contra la pared hasta que pareció zafarse del él. Luego descargó toda la munición que tenía contra el no muerto. Siguió disparando aún cuando se le terminaron los cartuchos. Después, se desplomó en el suelo, apoyando la espada en la pared, y mirándome fijamente sin decir nada. Yo tenía los ojos abiertos, apenas sin pestañear. Así estuvimos por lo menos cinco minutos. Sin decirnos nada. Joder, ¿qué coño iba a decirle?, “vaya Pach, parece que te han mordido”.

Los minutos más largos de toda mi vida. Ni un ruido. Nada. Silencio.

No se ni cómo se me ocurrió, la verdad, pero, pasado ese tiempo le pregunté “¿te duele?”. “Pues si, joder, me ha mordido”. Le dije que no pasaba nada, que igual no se convertía. Ya sabéis, esas cosas que ninguno de los dos nos creemos, pero que dicen que queda bien en estos momentos. Me levanté y vi que del fondo del pasillo, a la izquierda, había luz, debió de salir de allí el maldito crío. Ahora sus restos formaban parte del suelo del pasillo.

Dejé a Pachuco sentado, y entré en la habitación del fondo, dejando la puerta de la siguiente habitación cerrada. Menudo espectáculo. Había restos de vómito y sangre por toda la habitación. Parece que se convirtió estando solo. No debió pasarlo nada bien. Parecía que había pasado un huracán por allí, no quedaba nada en pie.

Volví y pegué la oreja en la única habitación que quedaba cerrada. En silencio escuchaba el interior, mientras miraba a Pachuco con el rabillo del ojo. Había empezado a quitarse la parte superior de la ropa en busca de su sentencia de muerte.

Abrí la puerta, dejando solo una pequeña rendija desde la que poder ver el interior. Estaba vacía. Una foto de boda estaba en la cama. Me acerqué y la cogí. Allí estaba el gordo que acabábamos de matar junto a una mujer. En la foto estaba bastante más delgado, se que la “buena vida” hizo estragos en él. Me fijé en la esquela que estaba colocada en una de las mesitas de noche. “Mónica García Pérez, descanse en paz”. En ese momento supe por qué todos iban de traje.

Me senté en la cama con la esquela aún en las manos. Pensando en que todas las personas que me importaban ya no existían. Y que mi amigo, pronto dejaría de existir.