miércoles, 20 de enero de 2010

15 de noviembre de 2009. 13:48 horas

Seguimos en el mismo sitio que ayer, pero en una situación aún peor. Estuvimos durante largo tiempo discutiendo sobre si debíamos pasar por el túnel que hay a la entrada a Torrelavega o no. Viendo los pros y los contras. Al final, decidimos que no pasaríamos. La entrada a Torrelavega está colapsada, llena de coches, muchos accidentados, pero lo peor de todo es que hay muertos rondando por allí. Necesitamos una ruta alternativa. Hay otras dos opciones. Una de ellas es meternos en Torrelavega, rodearla; bueno, mas bien subir por Sierrapando y coger de nuevo la autopista por allí. La otra es seguir hacia Cabezón de la Sal, y más adelante, buscar una ruta alternativa. Esta segunda alternativa nos desvía totalmente de nuestro destino, esa autopista lleva al oeste, hacia Asturias, mientras que la que debemos seguir va al sur.

Decidimos coger la ruta hacia Cabezón, seguir por la autopista y evitar lo posible toda zona urbana. No se qué hora sería, supongo que la hora de comer, porque las tripas empezaron ha quejarse de la falta de comida cuando vimos pasar una ranchera con cuatro personas, dos iban delante, y otros dos iban detrás, de pie en la parte de descubierta. Iban armados. Montando un escándalo de narices y disparando contra todo lo que se movía.

En esto se toparon con que la carretera estaba cortada y empezaron a aparecer zombis. Con el coche parado, los que iban en la parte de atrás, empezaron a pegar tiros a todos los que aparecieron.

Nosotros estamos en una casita algo apartada, tiene un terreno de césped que la rodea, y en la parte delantera, hay que subir una pequeña cuesta de unos doscientos metros hasta llegar al la casa. Así que, teníamos una vista privilegiada de la escena.

Debajo, a ambos lados de la carretera hay casas, algunas unifamiliares. Cerca hay ya edificaciones con edificios de cinco pisos. Al llegar nosotros, no vimos movimiento en esa zona. Con lo que teníamos pensado coger ese camino hasta llegar de nuevo a la autopista.

Pero siguiendo con los iluminados esos. En un principio, solo salieron no muertos de las casas más cercanas al vehículo. Debieron de alertarlos con el ruido de los disparos y la música a todo volumen. Unos ocho o diez en un principio. A la velocidad a la que se movieron, no tuvieron ningún problema, las dos personas que estaban en la parte trasera en acabar con ellos. Aunque también pudimos ver cómo los que iban sentados delante no se privaban de disparar, aunque no fuese necesario.

Eso fue lo que primero nos hizo recapacitar y pensar en que lo mejor sería dejarlos en paz y que no supiesen de nosotros. Tenían pinta de cuatro descerebrados con armas. Justo lo que nos faltaba.

Ya sabemos que cuando las cosas van mal, siempre pueden ir a peor. Y de hecho, suele ser así. A esos cuatro idiotas les pasó justo eso mismo. De la esquina de uno de los edificios de cinco plantas que había a unos cuantos metros de su coche, empezaron a aparecer zombis. Aquello parecía una procesión. Como si toda aquella barriada fuera a recibirlos.

No hubo problemas con los primeros, pero no paraban de salir. Empezaron a disparar los cuatro. Se los notaba nerviosos. Se gritaban entre ellos. Ya no hacían disparos a la cabeza, disparaban a bulto, con lo que desperdiciaban balas. De los cuatro, solo dos iban con fusiles. No se de dónde los sacarían, pero cambiaron de cargador unas dos o tres veces. Los que tenían pistolas, dejaron de disparar a los pocos minutos, se cerraron en la parte delantera e intentaron dar media vuelta al coche. Pero era demasiado tarde, ya estaban rodeados por no menos de cuarenta o cincuenta de aquellas cosas.

Cogieron a uno de los de la parte trasera y lo tiraron al suelo. No volvimos a verlo. Cuando su amigo se dio cuenta que no tenía salida, dejó de apuntar a los zombis, para hacerlo a sí mismo y disparó. Un chorro de sangre salió hacia el cielo manchando todo al su alrededor.

Todo esto lo veíamos desde la pequeña casa, escondidos. Sin hacer nada de ruido. Sin decir palabra. Sin quitar la mirada.

El conductor intentó avanzar, pero no pudo, la aglomeración de muertos le impidió continuar y quedó atrapado y los golpes en las ventanillas terminaron por ceder. Después de eso, el único sonido más algo que el de los zombis fueron los gritos de los dos ocupantes.

Hemos pasado prácticamente la noche en vela. Vigilando sus movimientos. Gracia a esos idiotas, tenemos el camino bloqueado. También, gracias a ellos, no hemos sido nosotros los que ahora estamos ahí abajo encerrados en un vehículo gimiendo, muertos, pero con vida. Atrapados para siempre en el asiento delantero de un coche.