viernes, 21 de mayo de 2010

Diario de Amira, 21 de octubre de 2009. 02:30 horas

Estoy histérica, de los nervios. No puedo más. No se nada de nadie de mi familia. La televisión ya no retransmite en directo imágenes del exterior. Lo único que recibimos son comunicados oficiales desde hace cuatro horas. Los dirigentes del país han dejado la capital y se han internado en el desierto. Los comunicados hablan de bases militares seguras en el desierto del Sahara y de la necesidad de la población a dirigirse a ellas. Hablan de dejar a los enfermos y heridos por mordeduras y arañazos de gente infectada o vacunada contra la gripe. Al parecer, han insistido mucho en esto, mucha gente se niega a dejar atrás a sus familiares enfermos, ya que, al final, terminan compartiendo el mismo destino que ellos.

Los líderes religiosos hablan del fin del mundo. Las mezquitas, están abiertas para todo aquel que necesite rezarle a Allah.

El embajador nos reunió hace media hora para hablarnos de la situación, para intentar tranquilizarnos, pero, conmigo, no lo ha conseguido. Tiene órdenes desde el Ministerio de exteriores de quedarnos en la embajada hasta ser evacuados y llevados de vuelta a la Península Ibérica. Según nos ha contado, saldrá un avión desde la base militar aérea de Zaragoza que llegará mañana por la mañana a Trípoli. Tenemos que estar listos para evacuar la embajada y llegar al aeropuerto cuando nos avisen. El trayecto lo haríamos en los coches que están apartados en el interior de la embajada. Son tres. El del embajador, el del cónsul y el del matrimonio que vino a arreglar unos papeles.

domingo, 16 de mayo de 2010

Diario de Amira, 21 de octubre de 2009. 20:20 horas

Ahora quedamos diecinueve personas en la embajada. Siete militares, y doce civiles. En el grupo de los militares hay un capitán, un sargento y cinco soldados. Excepto el capitán, que tendrá unos treinta y tantos años, el resto no supera la treintena, tres de ellos, ni siquiera son militares nacidos en España. Entre el personal de la embajada estamos: el embajador, el cónsul, los dos traductores (mi compañero y yo), dos administrativas, y el chofer del embajador. Hay cinco personas que les ha cogido todo este embrollo dentro de la embajada. He visto dos monjas y una familia de tres personas, que venían a realizar el papeleo de la doble nacionalidad de su hijo, un bebé de pocos meses. Pobrecito.

Llevo prácticamente toda la tarde encerrada en mi despacho. Mi compañero de oficina anda por la embajada mirando por las ventanas constantemente. Yo he dejado de hacerlo hace rato. Me he puesto a ver la televisión. En todos los canales hablan de la extraña enfermedad que asola el país. No puedo creerlo. Es imposible lo que cuentan. La gente muere, y al rato, vuelven a la vida y atacan a los que siguen vivos. Literalmente se los comen. Es imposible, no puedo creerlo.