Ahora quedamos diecinueve personas en la embajada. Siete militares, y doce civiles. En el grupo de los militares hay un capitán, un sargento y cinco soldados. Excepto el capitán, que tendrá unos treinta y tantos años, el resto no supera la treintena, tres de ellos, ni siquiera son militares nacidos en España. Entre el personal de la embajada estamos: el embajador, el cónsul, los dos traductores (mi compañero y yo), dos administrativas, y el chofer del embajador. Hay cinco personas que les ha cogido todo este embrollo dentro de la embajada. He visto dos monjas y una familia de tres personas, que venían a realizar el papeleo de la doble nacionalidad de su hijo, un bebé de pocos meses. Pobrecito.
Llevo prácticamente toda la tarde encerrada en mi despacho. Mi compañero de oficina anda por la embajada mirando por las ventanas constantemente. Yo he dejado de hacerlo hace rato. Me he puesto a ver la televisión. En todos los canales hablan de la extraña enfermedad que asola el país. No puedo creerlo. Es imposible lo que cuentan. La gente muere, y al rato, vuelven a la vida y atacan a los que siguen vivos. Literalmente se los comen. Es imposible, no puedo creerlo.
Llevo prácticamente toda la tarde encerrada en mi despacho. Mi compañero de oficina anda por la embajada mirando por las ventanas constantemente. Yo he dejado de hacerlo hace rato. Me he puesto a ver la televisión. En todos los canales hablan de la extraña enfermedad que asola el país. No puedo creerlo. Es imposible lo que cuentan. La gente muere, y al rato, vuelven a la vida y atacan a los que siguen vivos. Literalmente se los comen. Es imposible, no puedo creerlo.
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