Nosotros somos los que traen el infierno. Aún se me pone esa cara de loco cuando recuerdo lo sucedido hace tan solo un par de horas. Aún están los cadáveres humeando, y aún sonrío por lo sucedido; y no soy el único.
¿Acaso nos hemos convertido en ese tipo de personas que mataran sin contemplaciones a alguien en caso de encontrársela? Ya veremos. Ahora mismo me da igual ocho que ochenta. Acabo de recordar a Pachuco gritándole a una señora casi a la cara antes de acercarla un palo ardiendo. A ella la dio igual, siguió extendiendo los brazos hasta que se quemó completamente. Uno de sus brazos cayó en el jardín, el resto del cuerpo al otro lado; otro zombi ocupó su lugar.
En un ratín creamos una sucursal de infierno en el que nosotros éramos los gerentes. No se a qué hora exactamente, pero ya era de día cuando encendí el primer cóctel molotov. El primero y el último. Recuerdo haber visto algún video de algún tonto que se prendió fuego a sí mismo intentando lanzar uno de estos cócteles. Yo preferí utilizar un recogedor para lanzarlo, evitando el contacto directo entre eso y yo. Hice bien, porque un chorrito de llama quedó esparcido por el suelo del jardín antes de chocar contra la carretera. Seguramente me hubiera quemado de haberlo lanzado.
Nada mas impactar la botella contra el suelo, llamas procedentes del epicentro del impacto se expandieron por toda la superficie impregnada. Los zombis que estaban empapados se convirtieron en segundos en antorchas humanas. Un olor a algo que jamás había “disfrutado” inundó el lugar. Instintivamente entramos en la casa a causa del mal olor, pero pasados unos segundos, tuvimos que volver a salir, hacer de tripas corazón, y asegurarnos del éxito de la misión.
No parecía afectarles, en un primer momento, el que se estuvieran quemando. Vi cómo los ojos se les deshacían, cómo las orejas desaparecían a causa de las llamas. Brazos desprenderse del cuerpo al carbonizarse los tendones que los sujetaban. Cuando caían al suelo, aún insistían en su empeño por alcanzarnos arrastrándose entre sus compañeros y alzando los brazos. Eso es lo que más gracia me hizo mientras chorros de adrenalina recorrían cuerpo y mi corazón bombeaba sangre a una velocidad jamás alcanzada en toda su existencia. Hubo un momento en el que cogí un palo que había tirado en el suelo y pinchando en la cabeza de uno de los zombis la aplasté contra el suelo. Aún seguía con vida cuando al retirar el palo, su cabeza se separó de su cuerpo. Una cabeza sin ojos, ni orejas, con los restos de lo que en su día fue una nariz y un trozo de columna vertebral a modo de corbata, no dejaba de abrir y cerrar una boca. Una boca apenas sin dientes. Pensé en cuánto tiempo podría sobrevivir en ese estado y la posé a un lado del muro. Aún sigue allí. Abriendo y cerrando la boca con un palo de metro y medio atravesando su sien y echando humo. No se si resulta cómico o sádico.
Y aquí estamos. Con nuestra bebida. Disfrutando de un frío día de invierno en las montañas cántabras. Con la carretera llena de seres carbonizados y una extraña capa gelatinosa en el suelo, mezcla del producto químico y restos humanos. Un olor mezcla a fábrica química y podredumbre invade el ambiente. Pero a nosotros nos da igual. Estamos relajados. Nada nos va a fastidiar ya el día de hoy.
Mañana…ya veremos a ver qué pasará mañana.